13 dic 2012
22 nov 2012
Duérme, gato, en la copa del árbol (Publicado hoy en Ciudad X)
La regla número seis de los ocho puntos de Kurt Vonnegut para escribir
ficción dice:
“Sé sádico. No importa cuán dulces e inocentes sean tus protagonistas,
haz que les pasen cosas horribles (para que el lector compruebe de qué madera
están hechos)”.
La obra de Vonnegut es un claro ejemplo de esa regla. Sus personajes, a
la manera de Job, deben atravesar el infierno para aprender algo sobre sí
mísmos. Hay un video en youtube donde lo explica didácticamente a un público
invisible. “La forma de las historias”, se titula, y consiste en un gráfico con
dos extremos, en el superior está la buena fortuna y en el inferior la mala: el
personaje parte de un punto medio, desciende en una peligrosa curva y vuelve a
subir. The end.
El chiste de esa simplificación no deja de ser una gran verdad, por lo
menos en sus novelas. Billy Pilgrim y el bombardeo de Dresde, Winston Niles
Rumfoord y una deformación del espacio donde están todos los espacios y tiempos
posibles, Deadeye Dick y la culpa, el periodista narrador de Cuna de Gato y un país bolivariano y
delirante. Todos atraviesan el infierno y salen golpeados y sabios.
La vida de Vonnegut es también un ejemplo de esa regla. Hijo de padres
alemanes, nace en 1922, en Indiana. En 1945 se alista en el ejército, y poco
antes de partir a la Segunda Guerra su madre se suicida con una sobredosis de
somníferos. En el campo de batalla pierde a su batallón y vaga días enteros en
soledad. Poco después es apresado por alemanes y vive en carne propia el
bombardeo de Dresde, uno de los más grandes y destructivos de la historia. Los
alemanes lo obligan a trabajar en uno de los sótanos destinados a empaquetar
carne. El nombre del sótano es el mismo de uno de sus mejores libros (también
uno de los más vendidos): Matadero Cinco. Muere en el 2007, en un accidente
doméstico y de un modo tan ridículo que me imagino debe haberle causado gracia
en su propio viaje al infierno de los humoristas.
Kurt Vonnegut era un gran humorista, pero con el filo suficiente para
mantenerse lejos de la corrección política. ¿Qué más era? ¿Un escritor realista
capaz de leer el espíritu cetáceo de los Estados Unidos? ¿Un hippie de la
contracultura de los 60? ¿Un escritor político? ¿Un autor de ciencia ficción? Las
categorías caen por la singuralidad de su obra, que se mueve con soltura en
distintos registros y géneros sin apegarse a ninguno. Vonnegut es todo eso y
más, el mejor ejemplo de que las formas deben estar al servicio del escritor.
Su estilo es inimitable (pero imitado muchas veces), de escenas cortas y contundentes, periodístico
y profundamente literario, económico y explosivo, ligero como un pajarito y
denso como una piedra.
¿Qué más? Vonnegut es, a esta altura,
una figura más en el extenso panteón del pop norteamericano. Un pacifista, un
librepensador, un comentarista irónico de los densos modos de vida de su país,
un caricaturista, un loco, un visionario. Matadero
Cinco no fue sólo un bestseller sino un libro fetiche que según las
leyendas estaba en el bolsillo de los soldados de Vietnam, junto a una edición
de El Guardián entre el Centeno, de
Salinger.
A Vonnegut se lo comparó con muchos,
pero quizás el escritor que más se le parezca sea Jonathan Swift. En Una modesta proposición, publicada en
Dublín en 1729, Swift sugería comerse a los chicos pobres como forma de
solucionar el problema del hambre en Irlanda: algo que bien se le puede haber
ocurrido a uno de los personajes estrafalarios, dementes, terribles y
espontáneos que pueblan las páginas de los libros de Vonnegut. Como Roland
Weary, el gordito aficionado a la tortura de Matadero 5, o el Felix Hoenikker de Cuna de gato, padre ficticio de la bomba de Hiroshima.
Cuna
de gato es una de sus mejores novelas, y acaba de ser editada por La Bestia
Equilátera, que en el 2013 planea sacar Desayuno
de Campeones. La tapa es amarilla y tiene un dibujo de Liniers donde al
viejo Kurt le sale un hongo atómico de la cabeza. La excelente traducción está
a cargo de Carlos Gardini, uno de los contados escritores de ciencia ficción
argentinos que también tradujo a Ballard y Asimov.
La novela arranca con un guiño a Moby
Dick y a la biblia (“Pueden ustedes llamarme Jonás”) y termina con un
posible fin del mundo y una declaración casi programática: “Si fuera más joven,
escribiría una historia de la estupidez humana”.
En su interior conviven una trama principal y decenas de tramas
secundarios, con personajes que asoman la cabeza y dicen algo siempre revelador
y vuelven a desaparecer. Como en todos sus libros, Vonnegut es un boxeador
paciente que golpea con insistencia los mismos lugares una y otra vez hasta que
ve asomar sangre.
Jonás, o Jhon, el protagonista, escribe un libro llamado El día en que terminó el mundo, sobre
qué estaban haciendo ciertas personas el día en que estalló la bomba de
Hiroshima. Para esto contacta a Newt Hoenikker, hijo de Félix, el científico
que diseñó la bomba. El itineario lo lleva entre otras cosas a: 1. Viajar a San
Lorenzo, republiqueta sudamericana gobernada por un presidente déspota de
nombre “Papá”; 2. Conocer y convertirse al bokonismo, religión telúrica mezcla
de budismo y de hinduísmo y de muchas cosas más que adora “solamente al
hombre”. 3. Ser nombrado presidente de la republiqueta sudamericana.
Buena fortuna, mala fortuna. De eso parece tratarse todo, todo el tiempo.
Dos disciplinas combaten abiertamente
en la novela: ciencia y religión. O parecen combatir, porque en realidad son
caras de una misma moneda que no tiene caras: la ilusión del hombre por su
propia seguridad.
Hoenikker, el poco faústico representante de la ciencia, es casi un inocente
científico distraído al que su hija tiene que anudarle la corbata. “Hoy estoy
aquí ante ustedes porque nunca perdí la mirada de asombro de un niño de ocho
años que va a la escuela en una mañana de primavera”, dice en el discurso de
aceptación del premio Nobel. Un hombre que vive en la luz del pensamiento
abstracto, y cuyos monstruosos hijos son sus tentáculos. Al morir, les deja a
éstos el Hielo 9, de su propia autoría, una sustancia química capaz de
transformar en hielo cualquier materia a menos de 45 grados que se ponga a su
alcance. En la república ficticia el
narrador oye hablar del bokonismo, religión delirante pero también verdadera,
que comienza su biblia anunciando que todo es mentira. Los personajes de Cuna de Gato acaban como marionetas de
esas ilusiones, presas del ridículo y mostrando a la vez el Gran Ridículo General.
La cuna de gato es un figura que se arma con hilos entrelazados en los
dedos. Newt, el hijo de Hoenikker, escribe una carta contando que la única vez
que vio jugar a su padre fue haciendo una cuna de gato y luego cantándole:
“Duérmete gato en la copa del árbol”. En el centro de muchas novelas de
Vonnegut hay una rima o una canción infantil, que condensa el absurdo en el que
sus personajes palpan el aire como ciegos.
31 oct 2012
26 oct 2012
8 oct 2012
Estrellas distantes: imaginación y técnica en las cercanías
de Córdoba.
Por Marcelo D. Díaz.
Yo vi el fin de los tiempos
ahí venía dios
el cometa en el ojo de la noche.
Podría haber muerto ahí
y no haber fallado
el resto de la vida.
Corría
por el camino a Tres Lomas
donde mi padre me llevó a ver el cometa Halley
su oscura profecía
de nada eterna.
Tenía seis años
cuando estuve en la noche de mi muerte
y sobreviví
Leticia Ressia.
La
primera pregunta que surge al momento de pensar el género s.f dentro de
específicas coordenadas espaciales y temporales es cómo seleccionar textos
literarios que puedan ser leídos desde esta matriz. Cómo o sino: por qué estos
textos y no otros. No tengo una
respuesta a mano. En cambio se me
aparece la historia del ladrón que contaba mi profesor de teoría literaria en la Universidad : el ladrón
muchas veces naturaliza el robo y los actos criminales e interpreta la realidad
con sus propias gafas de forma tal que siempre está convencido de que robar es
lo más natural del mundo y de que todos los miembros de la sociedad de una u
otra manera también somos ladrones.
Asumo
de primeras que la ciencia ficción presenta una serie de convenciones (en
cuanto a temas y modos del decir) de lectura y escritura que se repiten a lo
largo del tiempo. Y asumo además que existe un campo literario (que no es
autónomo del campo de la literatura
argentina contemporánea sino que forma parte del mismo) y que puede ser
denominado “cordobés” en cuanto implica un circuito acotado a los márgenes de
la provincia, no por una cuestión lingüística, de variaciones y alteraciones de
la lengua sino más bien por el surgimiento de autores que ejercitan el género
seguido del surgimiento de editoriales que nacen en el corazón de nuestra
provincia argentina y en el interior de su geografía. Pienso que en el camino, a la hora de
analizar el problema de la identidad, restan discusiones acerca de si existe
una literatura cordobesa. Dos
antologías de la década pasada “Es lo que
hay” (Editorial Babel.2009) y “Diez
bajistas” (EDUVIM. 2009) constituyen un ejemplo de discusiones que atravesaron
los últimos 6 años.
La noción de campo literario implica que hay
un juego de fuerzas en el mundo de la literatura como en el mundo de la física.
Los autores de los que no se habla hoy puede que mañana sean nombres con
mayúsculas para nuestras letras. O, a la inversa, autores conocidos en el
presente pueden desaparecer con el paso de los años. Las posiciones son relativamente estables en
la medida de que se transforman de acuerdo a las tensiones y conflictos sobre
el capital simbólico o para decirlo en fácil: el prestigio. Lo que sigue a
continuación es una aproximación que no pretende agotar las interpretaciones
que se realicen porque hablo desde corazonadas como un lector o un fan de la
s.f. Proponer el término de campo
implica retomar discusiones acerca de si existen tradiciones literarias,
comunidades, identidades que permitan hablar de una literatura cordobesa. Pero
esa discusión, si bien es importante, no
será motivo por ahora.
Me
llama la atención que si se realiza un monitoreo a partir de los últimos diez
años de producción literaria en Córdoba aparecen textos que pueden ser leídos
desde la s.f. Eso considerando que cada texto genera su propio horizonte de
sentidos y que es el lector quién construye interpretaciones desde su propia
óptica respetando en lo posible el mapa de ruta de los textos. Se pueden
mencionar un conjunto de narraciones que estarían en condiciones de formar
parte de un corpus literario de s.f de jóvenes narradores cordobeses: “El
testaferro de los marcianos.”(Editorial Llanto del Mudo. 2007) de Fernando
Montes de Oca narra los arreglos políticos entre un Municipio de la localidad
de Córdoba y extraterrestres para permitir la extracción de recursos de un
cerro y la construcción de una ciudad alienígena subterránea. “Hadrones” (Editorial
Recovecos.2009) de Diego Vigna: un relato que recupera la activación del
acelerador de partículas –conocido como la Máquina de Díos- y lo transforma en el marco para una historia
familiar bastante especial. En este caso
me recuerda la definición de literatura, y de obra de arte, propuesta por
Umberto Eco de metáfora epistemológica, es decir, una manera más o menos
ambigua de representarnos el modo en que funciona la ciencia y la técnica. Es
importante porque el relato “Hadrones” que le da título al conjunto de cuentos
me remite, en mi biblioteca personal, a textos como los de Michel Houllebec
(Partículas elementales) o Saul Below (Herzog). Si bien no se trata de una
narración de s.f en un sentido estricto ya que no hay naves espaciales,
ucronías, distopías o robots, la ciencia y la técnica aparecen como telón de
fondo. Es discutible su inclusión. Como decía mi profesor de teoría literaria,
mediante una paráfrasis de Saer, se habla de X para contar Y.
También este mismo año apareció el libro de
relatos “El loro que podía adivinar el futuro.”(Editorial Nudista. 2012) de
Luciano Lamberti. Un libro en el que se conservan varios elementos del género
como portales dimensionales o criaturas sobrehumanas. El relato “Algunas notas
sobre el país de los gigantes”, un relato genial por cierto, me despierta de
lleno la lectura de “El gigante ahogado” de Ballard y pienso que bien se
podrían abordar juntos en clases y talleres de literatura. Aparece una tradición border, por atribuirle
un nombre, de géneros literarios que remiten no sólo a la s.f sino también al
terror o al gore como en “Perfectos accidentes ridículos”, relato con imágenes
muy fuertes sumado a la intriga y la tensión de “La canción que cantábamos
todos los días”. No sé si se ha practicado mucho la escritura en nuestro país
en relación a estas tradiciones apenas si se me ocurren nombres aislados como
los de Elvio Gandolfo o Charlie Feiling, el primero más que nada por sus
aportes teóricos y el segundo por su novela “El mal menor”. De ahí también el mérito de los textos, o
sea: de reunir en un mismo espacio tradiciones que no han sido muy tenidas en
cuenta por nuestra literatura nacional.
“Cielos de Córdoba” de Federico Falco
(Nudista.2011) es una narración que de ser abordada desde la categoría de géneros
literarios podría ingresar también en el de relato de aprendizaje o relato de
iniciación. La estructura narrativa se resuelve en la vivencia de un padre con
su hijo. El padre es ufólogo. La madre
está en el hospital. Lo que aprende el niño, nuestro personaje principal, lo
hace entre su despertar sexual y esa inconografía de Science fiction que circula en las sierras de córdoba. En un momento se
produce un avistamiento: un ovni se hace presente a la vista de la pequeña
familia.
En el texto se integran saberes de la
experiencia personal e interior con representaciones que en los años 70 eran
parte de fijaciones de creencias muy fuertes. Por ejemplo: Erich von Däniken publica Recuerdos del futuro y ya circula la
idea sobre posibilidad de que somos descendientes de seres extraterrestres.
Pablo Cappana le dedica algunos artículos en la revista El Péndulo a estas
ideas. De manera casi simultánea aparece el cuento “Fulgor” en el que Falco explora
las condiciones o instancias de producción de la escritura misma, con un
personaje que escribe desde su experiencia con seres suprasensibles.
En el relato Can Solar (homónimo del conjunto de cuentos de la editorial
17 Grises) Carlos Godoy narra de manera enigmática un
avistamiento. Un relato que puede ser leído dentro de los límites de los
relatos de iniciación y que activa representaciones sobre el imaginario OVNI en
el centro de la ruralidad.
En Internet circulan una serie de narraciones distópicas, en formato de
crónica, bajo el nombre de letra muerta. La re-creación de una Córdoba pos-apocalíptica
me remite de nuevo a una constelación de temáticas que aparecen en los tiempos
que corren como es la recursiva idea del fin del mundo o de la figura del zombie.
No es un hecho aislado si se tienen en cuenta las lecturas y los textos de
Javier Eduardo Rammaciotti o si tenemos presente también ensayos (a a nivel
nacional) como “El mito zombi en el horizonte de los post.humano” de Jazmín
Acosta que forman parte de la antología realizada por Fondo de Cultura
Económica para todos los pueblos hispanohablantes. El zombie como metáfora de
lo monstruosa que puede llegar a ser la ciencia. Junto con la bitácora o
cuaderno de lectura de Martín Cristal en su blog http://elpezvolador.wordpress.com/,
en la que registra sus lecturas del género de s.f, aparecen ejemplos de cómo se
filtra de a poco el género en nuestros márgenes.
Para Daniel Link la
Literatura resulta ser un perceptrón,
es decir: “una poderosa máquina que
procesa percepciones o fabrica perceptos (…) que permitiría analizar el modo en
que una sociedad, en un momento determinado, se imagina a sí misma” La literatura en general y el género s.f en
particular construyen representaciones relacionadas con el imaginario de una
comunidad específica. Y la proliferación de relatos emparentados me lleva a
preguntarme qué es lo que está presente en la imaginación, de manera residual
quizá, de algunos escritores de mi generación.
Varios de los textos mencionados bordean los límites del género y lo
actualizan a partir del diálogo con otras convenciones de lectura y escritura
como es el relato de aprendizaje o el terror o lo que venga. Quería escribir
sobre esto, aunque sea brevemente, porque me atravesó la cantidad de
producciones que emergieron en simultáneo. Elaboré (o quise elaborar) una
suerte de cartografía sobre el género dentro de esa invención que es el campo
literario cordobés.
La ciencia ficción es un género que restringe interpretaciones o lecturas
desde los límites de la razón y de la técnica, como quería Isaac Asimov, los
relatos de s.f con el cuento de hadas de la modernidad. Y vuelvo a lo que decía
al comienzo, la historia del ladrón como analogía con respecto al modo en que
leemos. Tal vez, y espero que no me suceda con frecuencia, el contacto seguido
con el pulp y estas zonas de la literatura me lleven a creer que muchas
novedades que se escriben actualmente pueden ser considerada dentro de los
límites de la ciencia ficción. Au Revoir.-
5 oct 2012
in the flesh
Durante un par de meses estuve escribiendo una serie de textos sobre carne y literatura en el blog de eterna cadencia. Acá los dejo por si alguien quiere husmear:
Sobre el cordero de Saer: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/24045
Sobre caníbales: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/24372
Sobre sexo en la lit. argentina: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/24755
Sobre vacas: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/25430
Durante un par de meses estuve escribiendo una serie de textos sobre carne y literatura en el blog de eterna cadencia. Acá los dejo por si alguien quiere husmear:
Sobre el cordero de Saer: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/24045
Sobre caníbales: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/24372
Sobre sexo en la lit. argentina: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/24755
Sobre vacas: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/25430
1 oct 2012
Vuelven los ovnis

Desde hace unos pocos años, la literatura argentina experimenta un saludable regreso al género. Vuelven a deambular zombies, a brillar ovnis, a atravesarse portales. Se puede pensar esta etapa como una especie de retromanía, tal como la llama Simon Rynolds. A la vez, en el mismo tono, una mirada sociológica puede achacarla a los años de educación sentimental de las nuevas generaciones, allá en los ‘90, donde el consumo cultural –-desde el arco que va del rock chabón a los Expedientes X– fue un refugio de socialización para los jóvenes hiperescolarizados. Los seis relatos que integran El loro que podía adivinar el futuro, de Luciano Lamberti, deben ser leídos en esa clave. A poco de andar, el lector se cruzará con un oso existencialista, un loro fáustico que se apropia de cuerpos ajenos –similar al diablillo Bob de la serie Twin Peaks– y, entre otros, a un hermano de sangre formateado por fuerzas extraplanetarias.
A la manera de Steven Millhauser, Lamberti logra trocar la extrañeza de los episodios en pasajes familiares, sin pulirles rasgos sorpresivos ni restándole tensión al relato. Sucede tanto cuando su pluma apunta hacia lo siniestro como al acercarse a la ciencia ficción alegórica; como ocurre en el evasivo “La vida es buena bajo el mar”. La escritura en la mayoría de los cuentos es fragmentada, veloz y sugestiva. En “Algunas notas sobre el país de los gigantes”, suerte de adaptación libre de ¿Dónde viven los monstruos? de Maurice Sendak, el tono del narrador, irónicamente enciclopédico, tiene la virtud de transmitir al lector la sensación de ser testigo de la construcción de una leyenda.
En términos de género, la excepción es el cuento que abre el libro, “Perfectos accidentes ridículos”, más próximo al realismo crudo de El asesino de chanchos. La versatilidad de Lamberti para cambiar de estilo y no trastabillar en el intento es elogiable. A la vez su obra, como si fuese una muestra de la literatura emergente, sirve para señalar que no hay estilos hegemónicos; dejando al pensamiento único como un resabio paranoico de la –denominada– “segunda década infame”.
11 sept 2012
(La reseña de Silvio Mattoni sobre "Los Campos Magnéticos" en la última Deodoro).
Vértigo y magnetismo
Silvio Mattoni
Hace
poco se publicaron los primeros doce libros de la editorial “La Sofía
cartonera”, perteneciente a la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional
de Córdoba. Después del acontecimiento, que incluyó títulos de escritores
argentinos reconocidos como Arturo Carrera o Washington Cucurto, o rescates de
libros de los años 70 de importantes escritores cordobeses como Antonio Oviedo
y Oscar del Barco, me parece que vale la pena detenerse a leer algunos textos
inéditos que por ese medio vieron la luz pública. Por ejemplo, la novela breve Los campos magnéticos de Luciano
Lamberti. Resumo torpemente su argumento: las vicisitudes sentimentales de un
grupo de jóvenes, un par de chicas y un par de muchachos, desde una etapa que
podría definirse como estudiantil hasta una madurez donde los ideales,
principalmente relativos al amor, no sólo parecen haberse resignado, sino
incluso haber sido destrozados con saña por el tiempo.
Pero
lo interesante de la novela de Lamberti no está en lo que les pasa a los
personajes, de una verosimilitud pocas veces vista en la narrativa de Córdoba,
sino en sus escasos momentos de introspección, cuando miran el residuo
depositado por sus vidas comunes en el fondo de ellos mismos y no le encuentran
ningún significado. Desde el primer capítulo, que quizás sea un final al que
luego se le añadirían miradas retrospectivas, como casos de una serie cuyo
límite se conoce de antemano, un personaje, una chica que vale por todos, toma
pastillas y hace terapia. Pero aquello que la llevara ahí, unos ataques de
vértigo o de pánico que le sugieren la existencia de un remolino oscuro, un
pozo que la chupa y se parecería a la muerte, nunca se irá de su vida. Luego,
en otros capítulos, habrá posibles orígenes para sus ataques, hechos que le
sustrajeron el suelo bajo sus pies o que le quitaron sentido a sus compromisos
vitales, tales como el trabajo y la convivencia en pareja. Dichos episodios
serían dos: la muerte súbita del padre en un restaurante, instantánea; y un
casi involuntario adulterio, si el noviazgo prolongado admite ponerle este
nombre a su inocente transgresión, con un chico del pueblo natal. Sin embargo,
ese vacío que se abre debajo de la chica no le pertenece a ella, sería el fondo
oscuro contra el cual desfilan todos los demás sujetos de la novela. El
magnetismo que los une parece una atracción negativa, nihilista, que los hace
chocar entre sí sólo para disolver sus discretas esperanzas.
En
suma, Los campos magnéticos, incluso
por su misma parquedad, su estilo conciso y lejos de toda grandilocuencia, es
una novela que ofrece la percepción de un mundo. Creemos en su posibilidad al
leerla. Aun cuando la nada a la que se reduce la casualidad de cualquier vida
–precisamente porque es posible, porque remite a una experiencia real, algo que
por otra parte no se puede representar literariamente– produzca cierto efecto
angustiante en el lector. La ingenuidad de la primera lectura se pregunta: ¿por
qué los muchachos se encanallan o se idiotizan bajo el peso del trabajo o de
las distracciones adictivas? ¿Por qué las chicas se estropean a sí mismas? Pero
la respuesta final, lo que da cuenta del magnetismo que arrastra toda vida
hacia su norte implacable, es que no se puede hacer otra cosa, que la juventud
termina y que su nostalgia desgarra a un narrador maduro que mira hacia el
pasado sin ninguna piedad.
Cabe
destacar que una novela nueva de un autor joven, al módico precio del libro
cartonero, podrá llegar a muchísimos lectores y entonces la ciudad verá,
leyéndose allí, que ya ha crecido tanto que puede ser la patria de nuestro
descontento y al mismo tiempo la meta de nuestra literatura.
2 sept 2012
El texto que escribí para Ñ sobre los ocupantes de Wall Street
Soy el hombre de traje que busca a Sally. Camino por la Quinta Avenida, entre los que marchan a favor del movimiento Occupy Wall Street, y a cualquiera que me cruzo le pregunto por ella: veintisiete años, rubia, de esta altura, tiene puesta tal y tal prenda. Sally se fue de casa el domingo, después de una pelea que tuvimos. Fue una pelea estúpida: ella estaba a favor de los acampantes y yo en contra. Y como mis argumentos para estar en contra fueron más razonables que los suyos para estar a favor, después de la pelea y el llanto salió de la pieza y me dijo: Me voy con ellos. ¿Dónde te vas? A luchar por un mundo mejor, bla, bla, bla. Me reí (fue un error estúpido) y a ella se le llenaron los ojos de lágrimas y se fue golpeando la puerta. Pensé en bajar a toda marcha, pero también tengo mi orgullo (tercer error estúpido) y me dije que volvería a la noche, cuando le diera hambre. Sally siempre está tomando grandes determinaciones que le duran un par de horas. Como la vez que quiso aprender guitarra y fui y le compré una Gibson Les Paul dorada y a las dos clases me dijo que no la soportaba. Guardé la guitarra en el desván (todavía está ahí, cubierta de polvo) y ya no volvimos a hablar del tema. Con todo es así: la poesía, las clases de cocina, el reiki. Así que pensé: se le pasará. Y a la noche miraba los noticieros esperando verla, cantando esas canciones de Bob Dylan y pintando carteles con consignas difusas, el 99 por ciento que mantiene al 1 por ciento y así. Cuando yo, parte del 1 por ciento, la mantengo a ella, que quiere creerse parte del 99. Empecé a llamarla pero no me atendía el celular y entonces me desesperé y fui a buscarla. Pasé por el parque Dewey Square, pregunté por ella a todo el que se me cruzaba. Y acá estoy, ahora, entre los manifestantes. Me miran como si fuera el enemigo. Es cierto: soy, de alguna forma, el enemigo. Todo esto me parece inútil, un pasatiempo burgués de niños ricos con tristeza. Ecologistas, vegetarianos, adoradores de dioses extraterrestres, guerrilleros de twitter, pacifistas pasados de moda que no ven la hora de meter una flor en el caño de un fusil. Confundidos, como Sally. Pienso en ella y la veo cantando junto a los manifestantes: this is what democracy looks like. Tiene pintada una bandera norteamericana en la mejilla. Cuando me ve se queda quieta. La gente a nuestro alrededor sigue pasando a los costados como la corriente de un río. Y nosotros inmóviles, mirándonos, con todo el tiempo del mundo para que algo pase, o para que todo siga igual.
Soy el hombre de traje que busca a Sally. Camino por la Quinta Avenida, entre los que marchan a favor del movimiento Occupy Wall Street, y a cualquiera que me cruzo le pregunto por ella: veintisiete años, rubia, de esta altura, tiene puesta tal y tal prenda. Sally se fue de casa el domingo, después de una pelea que tuvimos. Fue una pelea estúpida: ella estaba a favor de los acampantes y yo en contra. Y como mis argumentos para estar en contra fueron más razonables que los suyos para estar a favor, después de la pelea y el llanto salió de la pieza y me dijo: Me voy con ellos. ¿Dónde te vas? A luchar por un mundo mejor, bla, bla, bla. Me reí (fue un error estúpido) y a ella se le llenaron los ojos de lágrimas y se fue golpeando la puerta. Pensé en bajar a toda marcha, pero también tengo mi orgullo (tercer error estúpido) y me dije que volvería a la noche, cuando le diera hambre. Sally siempre está tomando grandes determinaciones que le duran un par de horas. Como la vez que quiso aprender guitarra y fui y le compré una Gibson Les Paul dorada y a las dos clases me dijo que no la soportaba. Guardé la guitarra en el desván (todavía está ahí, cubierta de polvo) y ya no volvimos a hablar del tema. Con todo es así: la poesía, las clases de cocina, el reiki. Así que pensé: se le pasará. Y a la noche miraba los noticieros esperando verla, cantando esas canciones de Bob Dylan y pintando carteles con consignas difusas, el 99 por ciento que mantiene al 1 por ciento y así. Cuando yo, parte del 1 por ciento, la mantengo a ella, que quiere creerse parte del 99. Empecé a llamarla pero no me atendía el celular y entonces me desesperé y fui a buscarla. Pasé por el parque Dewey Square, pregunté por ella a todo el que se me cruzaba. Y acá estoy, ahora, entre los manifestantes. Me miran como si fuera el enemigo. Es cierto: soy, de alguna forma, el enemigo. Todo esto me parece inútil, un pasatiempo burgués de niños ricos con tristeza. Ecologistas, vegetarianos, adoradores de dioses extraterrestres, guerrilleros de twitter, pacifistas pasados de moda que no ven la hora de meter una flor en el caño de un fusil. Confundidos, como Sally. Pienso en ella y la veo cantando junto a los manifestantes: this is what democracy looks like. Tiene pintada una bandera norteamericana en la mejilla. Cuando me ve se queda quieta. La gente a nuestro alrededor sigue pasando a los costados como la corriente de un río. Y nosotros inmóviles, mirándonos, con todo el tiempo del mundo para que algo pase, o para que todo siga igual.
1 sept 2012
Un viaje alucinante - Emanuel Rodríguez
Una literatura que condensa la grasa clase B del cine de terror de los ochenta, la rebeldía rescatada del fantástico, el pesimismo antropológico de la ciencia ficción, el desencanto campechano de los noventa y el delicado humor melancólico de las narrativas contemporáneas. En El loro que podía adivinar el futuro está casi todo lo que un treintañero le podría pedir a un libro en plan de reconstrucción afectiva de los estímulos estéticos, de una posible biografía cultural.
El experimento con los géneros lleva la literatura de Lamberti a una dimensión ligeramente desconocida: su estrategia de implosión del realismo parece más bien la tarea de un investigador de los restos, de lo que queda cuando el realismo explota por todas partes. En ese punto experimental Lamberti comete un acto de infidelidad creativa respecto de una generación de escritores cordobeses (más o menos todos reunidos por la gracia de Editorial Nudista, más o menos) y de una tradición que parecía pedir a gritos un libro antidogmático. O quizá mejor dicho: un libro tan fiel a esa tradición que le termina siendo infiel, que la termina casi denunciando en su momento de evangelio, justo en el punto en el que podría convertirse en doctrina.
El libro comienza con algo que asume la forma de primeros pasos de experimentación: un relato autobiográfico escrito en primera persona, agrietado por la intromisión de lo fantástico, un niño cuyos datos coinciden con los del autor pero que tiene poderes telepáticos. Mueve cosas con la mente, pero sin darse cuenta. Siempre hay un pero en los relatos de este libro, un instante adversativo que pone en ridículo la posible solemnidad de lo sobrenatural y lo descontractura, lo pone a convivir de un modo cero conflictivo con una realidad tanto o más incomprensible.
El segundo relato, La canción que cantábamos todos los días, tiene alma de hit por su argumento pegadizo, por su instante de gloriosa reflexión metafórica y por su final al estilo Kjell Askildsen en Ajedrez: una resignación fraternal, un dejarse estar por los designios de algo que sería más poderoso incluso que el miedo o el odio, algo que se lleva en la sangre.
En Algunas notas sobre el país de los gigantes hay una cierta ternura como contrapeso de un relato de apariencia científica. La técnica de aproximación al género es tradicional: dar por sentado lo extraño, como si ya hubiera sido digerido por la humanidad, y reflejar en pequeñas anécdotas lo que un escritor con menos oficio hubiera dicho en largas explicaciones.
Le sigue un relato de Ciencia Ficción, La vida es buena bajo el mar. El foco está puesto en un personaje humano en un proceso de feliz y al mismo tiempo desesperante deshumanización análogo a la adicción al MDMA. El relato remite a las crónicas marcianas de Bradbury, a los replicantes de Philip K Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, y -por su atmósfera no apocalíptica (algo poco común en la CF) y por la ¿naturaleza? de los residentes, a la película Sector 9, entre, seguramente, muchas otras referencias: en cierto sentido la experiencia de lectura de este libro puede ser un carnaval de citas, de apelaciones a una memoria cultural edificada en videoclubes y librerías de saldo.
La feria integral de Oklahoma, el penúltimo relato, licúa el suspenso y el misterio de Lost y Carnival para generar una bestia nueva, poderosa y perturbadora. Un tenue humorismo estrambótico atenúa el tono de terror del cuento, que también reflexiona sobre los lazos familiares y la muerte. Finalmente, el cuento que le da título al libro profundiza en lo terrorífico, coquetea con la estética gore y ofrece un panorama sobre la desolación humana, la marginalidad low fi de los espíritus suburbano-melancólicos.
El conjunto es en definitiva una exploración al modo borgeano por el misterio de la ficción en sí: reescrituras de otras historias, ampliación de pequeñas anécdotas y de sus posibles efectos, elucubración sobre las posibilidades de la narrativa a merced de estrategias como el cambio de foco, la hiper observación de un detalle, la elipsis de todo lo que resulte explicativo. El resultado es un pequeño tesoro, uno de esos libros que deberían sobrevivir a cualquier hecatombe, como falso testimonio de un espíritu auténtico y complejo, lo que queda de lo que queda de una explosión que no vivimos.
*versión completa de la reseña publica en la voz del interior del jueves 30 de agosto.
Lo saqué de acá
31 ago 2012
Un polvo livianito para esperar la llegada de la primavera:
http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/24755
http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2012/24755
28 ago 2012
Presentación en San Francisco, o la vuelta al pago con el rabo entre las piernas:
Lugar: Biblioteca Popular San Francisco, Avenida del Libertador 159.
Fecha: Viernes 7 de septiembre 20: 30 hs.
Prensa:
“Después de ese gran libro que fue El asesino de chanchos, Lamberti demuestra que puede moverse con soltura en distintos géneros” (Mariano Vespa, Revista Tónica)
“El loro que podía adivinar el futuro” es una recorrida ominosa y fascinante, que garantiza a estas pesadillas de Luciano Lamberti un lugar destacado en la literatura fantástica más reciente del Río de la Plata. (Ramiro Sanchíz, Leedor.com)
Más información: www.editorialnudista.com.ar
27 ago 2012
24 ago 2012
Para comprar El Loro que podía adivinar el futuro te dirigirás a:
En Córdoba
-Rubén Libros – Dean Funes 163 (paseo Sta. Catalina) local 1
-El Espejo – Dean Funes 163 (paseo Sta. Catalina) Local 4
-La Conjura de los Necios – Ayacucho 306
-Aforismos – 25 de mayo 75 (peatonal)
-La Luna – Av. Gaus 5616, Va. Belgrano
-Grito Sagrado – Belgrano 860, Local 4
-El Espejo – Dean Funes 163 (paseo Sta. Catalina) Local 4
-La Conjura de los Necios – Ayacucho 306
-Aforismos – 25 de mayo 75 (peatonal)
-La Luna – Av. Gaus 5616, Va. Belgrano
-Grito Sagrado – Belgrano 860, Local 4
En Buenos Aires
-Eterna Cadencia – Honduras 5582 (esq. Fitz Roy) · Palermo
-Lilith – Paraguay 4399 – Palermo
-Norte – Avda. Las Heras 2225 – Barrio Norte
-Otra LLuvia – Bulnes 640 · Almagro
-La Libre – Bolivar 646 – San Telmo
-Lilith – Paraguay 4399 – Palermo
-Norte – Avda. Las Heras 2225 – Barrio Norte
-Otra LLuvia – Bulnes 640 · Almagro
-La Libre – Bolivar 646 – San Telmo
-Librería Mi Casa – http://libreriamicasa.wordpress.com
En Salta
-Rayuela – Alvarado 570 – Salta Capital
Y una vez allí pedirás por el libro.
2 ago 2012
15 jul 2012
14 jul 2012
5 jul 2012
La voz de la
conciencia
En su primera novela, Natalia Moret retrata una Buenos Aires
decadente de la mano de un publicista.
Un
Don Draper posmoderno, cínico y desencantado. Un Don Draper porteño y
cocainómano pasando por una semana digna de los hermanos Cohen.
“Un publicista
en apuros”, la primera novela de Natalia Moret, se distancia por varias razones
de lo que se dio en llamar la “nueva literatura argentina”: la primera y
principal es la elección del personaje. A la pulsión autobiográfica y sensible,
a los paisajes costumbristas y la delimitación de un espacio íntimo, Moret le
opone una prosa rápida, una moral decididamente menemista y el distanciamiento
que implica escribir “como hombre”.
Javier
Franco es un publicista treintañero con una idea muy clara del lugar que ocupa
la sociedad. Vive drogándose y disfrutando, y es capaz de venderle su alma a
cualquiera que tenga el dinero suficiente para pagarla. Pero este mundo idílico
se ve alterado por una noche de parranda y una foto que lo muestra junto a un
cadaver. Desde ese momento, su vida liviana se irá tornando densa: cualquiera
de los que lo rodean puede ser parte de una conspiración contra él.
Como
se ve, el procedimiento policial (más
que el género) que consiste en dilucidar al culpable de una muerte en sus casi
400 páginas, no es ajeno a la novela. Pero como en los policiales negros, son
otros los ejes de la narración: el descubrimiento de la corrupción
generalizada, la justificación de la paranoia y la traición como motor de la
narración, anunciada desde el epígrafe de Shakespeare. Es decir: una mirada
política sobre el presente, pero no desde el margen sino desde el centro.
En
el medio, se suceden escenas ligeramente bizarras, como el dedo cortado que el
protagonista lleva en su bolsillo trasero, un encuentro con el enemigo contado
como western en Berazategui o la quema pública de iglesias en todo el país, que
acompaña lo narrado como telón de fondo.
La
novela delimita, además, la cartografía de una Buenos Aires cosmopolita que va
desde Palermo a Constitución, desde el MALBA (imperdible la descripción de su
fauna) a las torres de Puerto Madero. Cada espacio es debidamente descripto,
ridiculizado, mistificado, quizás como modo de demostrar que la corrupción y la
estupidez recorren todos los estratos sociales.
¿Quién mejor
que un publicista para burlarse del progresismo y su imaginario, en base a
intervenciones irónicas? Alguien que vende superficies brillantes, que tiene
muy en claro que las personas a su alrededor son potenciales clientes,
potenciales compradores. Alguien que conoce las reglas y juega con ellas. Al
igual que el Jhon Self de Martin Amis en “Dinero”, Javier Franco juega con
nuestras ideas preconcebidas, nos pone a prueba como lectores. Somos los
testigos de su diálogo interno, y de un mundo que no suele visitar el realismo
actual: el de los caprichos y excentricidades de la clase dirigente.
(publicado hoy en el suplemento de cultura de La Voz del Interior)
2 jul 2012
29 jun 2012
8 jun 2012
se viene la preventa, lloren chicos lloren!
**muy importante: a partir del lunes 11 de este mes (JUNIO) estarán disponibles los tickets de pre-venta (escribiéndonos a editorialnudista@gmail.com o a traves de nuestra tienda virtual). dichos tickets serán limitados y tendrán un descuento de hasta el 40%. ampliaremos la información.
en JULIO presentaremos (los 3 juntos):
-EL LORO QUE PODÍA ADIVINAR EL FUTURO (cuentos, luciano lamberti)
-ORQUÍDEAS (cuentos, margarita garcía robayo)
-EL TIEMPO EN ONTARIO (poemas, eloísa oliva)
* haremos presentaciones en córdoba, salta, jujuy y buenos aires.-EL LORO QUE PODÍA ADIVINAR EL FUTURO (cuentos, luciano lamberti)
-ORQUÍDEAS (cuentos, margarita garcía robayo)
-EL TIEMPO EN ONTARIO (poemas, eloísa oliva)
**muy importante: a partir del lunes 11 de este mes (JUNIO) estarán disponibles los tickets de pre-venta (escribiéndonos a editorialnudista@gmail.com o a traves de nuestra tienda virtual). dichos tickets serán limitados y tendrán un descuento de hasta el 40%. ampliaremos la información.
6 jun 2012
Desnudo en la terraza
(sobre "can solar", de carlos godoy, publicado el sábado en la voz)
Desde
la primera línea de su flamante libro de cuentos (“Rubén abre los ojos y está
desnudo en la terraza”, del cuento “Es preferible tener suerte a ser
inteligente”) el debut de Carlos Godoy como narrador pone en cuestión un tema
largamente discutido y malentendido: el del realismo, sus límites, sus reglas. El
cuento narra la percepción vertiginosa de un hombre con derrame cerebral, y nos
hace testigos de su confusión como en una cámara subjetiva. Ese procedimiento
destroza lo real, lo vuelve más nítido aún.
En los cuentos
que siguen, y a través de una gama de personajes “monstruosos” (ya sea en esa percepción dislocada, en
comportamientos sicóticos o crueles) Godoy se inventa un mundo que está a punto
de estallar, de transformarse en otra cosa, de deformarse. Si la primer regla
del realismo es la de retratar personajes comunes con conflictos comunes, el
personaje “medio” (clase media, pensamiento medio) Godoy se escapa por
izquierda, logrando que ese universo común se vuelva fascinante. Quizás porque
el realismo literario, es, al fin, un oxímoron: la realidad siempre es inabarcable;
la literatura, una construcción deliberadamente artificial.
De
esta forma, el que leyó antes que muchos el advenimiento de una moda peronista,
con el libro de poemas “La escolástica peronista ilustrada”, vuelve a realizar
aquí una operación política, que consiste no en nivelar hacia el “medio”
realista sino en mostrar la profundidad y complejidad de sus personajes como
modos de aprehensión de lo verdadero. En cinco cuentos de extensión pareja, con
una prosa límpida y certera, Godoy describe historias que son a la vez cercanas
y extrañas, evitando a la vez el moralismo y el sicologismo de los personajes.
Sus historias, o varias de ellas por lo menos, son como las que se cuentan en
un fogón, pero por un narrador un poco enfermo que mira fijamente las llamas y
recuerda crímenes pasados.
Violencia,
humor negro y esa clase de absurdo que bien puede confundirse con nuestra vida
cotidiana abonan este prometedor primer libro de cuentos. Al terminar el último
volvemos al principio: somos nosotros los que estamos desnudos, en la terraza,
tratando de entender qué pasó.
28 may 2012
Fundación Tomás Eloy Martínez / Blog: Comido por las hormigas
Fundación Tomás Eloy Martínez / Blog: Comido por las hormigas: Compartimos el cuento Comido por las hormigas , del escritor cordobés Luciano Lamberti que forma parte de la antología Un grito de corazón ,...
3 may 2012
28 feb 2012
Me publicaron un cuento en el suplemento verano del página 12. Está ilustrado por el gran Rep lo cual me llena de emoción.
19 feb 2012
8 feb 2012
12 ene 2012
4 ene 2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)