13 oct 2017

LUCIANO LAMBERTI: "CREO QUE LA LITERATURA ES UNA ÉTICA DEL MAL"

    • Entrevista en Télam (Dolores Pruneda)
El libro "La casa de los eucaliptus" reúne doce cuentos de horror de Luciano Lamberti, una mezcla de sangre, deformaciones psicológicas y terror metafísico que transcurre en pueblos pequeños y apacibles a simple vista, algunos marginales, ajando con cuidado morboso la tranquilidad de la siesta.
Editado por Random House, este libro le llevó a Lamberti (Córdoba, 1977) cuatro años de trabajo. Lo escribió en los ratos libres que se hacía mientras preparaba la novela "La maestra rural", un poco en Córdoba y otro en Buenos Aires, ciudad en la que se instaló a partir de su paternidad, hace cerca de tres años.
"El asesino de chanchos" y "El loro que podía adivinar el futuro" son sus otros dos celebrados libros de cuentos, donde Lamberti desarrolla el clima enrarecido que alcanza "La casa de los eucaliptus" pero sin tanta sangre: "El recurso del gore es una novedad en estos textos", le dice a Télam Lamberti, después de haber recorrido Parque Rivadavia buscando "la tienda dedicada a Stephen King" donde hubiera querido retratarse.
Entre algunas de las invitaciones que Lamberti hace con esta nueva publicación a "un lector entregado pero no preparado y con ganas de entretenerse", están los hermanos monstruosos de "Muñeca", un homenaje o coletazo de lo que considera uno de los mejores cuentos de horror que haya leído, "La gallina degollada" de Horacio Quiroga; y también "Los chicos de la noche" y "Eddie", experiencias más cercanas al mal en estado puro, o "Carolina baila", un cuento de fantasmas.
"Hay ciertos límites del género que tenés que correr porque el fantasma victoriano ya no da miedo. Me encanta la literatura popular, historias sencillas con todos los elementos para el entretenimiento: sexo, sangre, pasiones básicas. No toda la literatura debe girar en torno de grandes pensamientos y yo no escribo para un lector entrenado, sino para alguien que quiera pasarla bien, divertirse y, con la mejor de las suertes, que la próxima vez que vea un espejo o una casita a lo lejos tenga un poco de cagazo".
Samanta Schweblin y Mariana Enríquez, con sus variantes, se inscriben en la literatura local contemporánea en una línea similar de lo extraño que practica Lamberti, quien encuentra climas sugerentes en los primeros cuentos de Julio Cortázar, en Edgar Allan Poe o el ambiente de pueblo donde creció. Nacido en San Francisco, Lamberti estudió Letras en Córdoba mientras daba clases y hacía la revista "Fe de ratas" con amigos como Federico Falco y Carlos Godoy, hoy escritores destacados, a inicios de la era de internet en Argentina. Con ellos debatía desde dónde tenía que pensarse la literatura en Córdoba.
"Creíamos que debíamos pensar la literatura como Saer, escritores que laburaban el interior de una forma interesante. La otra literatura que nos convocaba era la norteamericana, siempre nos pareció que había ciertos puntos de contacto con el realismo de Raymond Carver o Richard Ford. Lo sentíamos cercano, completamente urbano pero con paisajes medio de borde, de estaciones de servicio hechas mierda, moteles, mucha ruta y personajes perdedores, gente que no tenía esperanza".
- Télam: Esos márgenes se cuelan en la atmósfera de estos cuentos y de toda tu obra.
- Luciano Lamberti: El barrio donde nací en San Francisco se llama Sarmiento pero le decían "La puñalada", así que imaginate los especímenes que lo habitaban. También le decían "Acapulco", por las palmeras del boulevard Sáenz Peña donde mis viejos tenían la carnicería. Era un barrio de frontera, cruzabas una calle y estabas del lado de Santa Fe. Ahí la policía crucificó a un chico joven porque robaba mucho, como escarmiento. Lo ataron a una cruz y lo dejaron ahí un rato. Lo quemaron en público, como a los morosos del privado. Esa zona no era para nada como los barrios céntricos. Desde ahí pienso las historias.
- T: Los textos son muy diversos...
- L.L: Es que escribo por separado, cada cuento impone un poco su forma, de acuerdo al tema. Me parece más divertido. "La casa de los eucaliptus" es "La gallina degollada" de Quiroga, uno de los mejores cuentos de terror que leí junto a "La pata de mono", de W. W. Jacobs. Pensé en qué cosas me daban miedo, fuera de la corrección política, y unos locos retrasados de cuarenta años en una casa abandonada me dan miedo. Para mí es la humanidad sin la ropa de la civilización lo que se expone en la locura, el impulso sádico desnudo.
- T: ¿A qué le prestás atención cuando escribís?
- L.L: A Quiroga, por ejemplo, que logra una gran impresión, te acordás de sus cuentos toda tu vida, y parece que logró ese estilo tan económico que tiene a partir de restricciones. A su consejo de ver qué quieren los personajes, a esa idea del cuento como universo cerrado y un tobogán que lleva todo hacia un punto, un lugar de mudez que a la vez abre un abanico de interpretaciones posibles.
- T: Hay temas que parecen clave para el género: mandatos y estereotipos sociales, lo ancestral, la locura.
- L.L: Me gustaría aludir a lo mitológico porque es el inconsciente colectivo, eso muy primitivo, la cosa sin nombre que vive bajo la cama, pero no sé si lo logro. Por otro lado, la locura es el gran tema del fantástico, que surgió como una forma de cuestionar lo real y juega con la idea de subjetividad. A mí me gusta meterme muy profundo en la cabeza de los personajes, como en "La casa de los eucaliptus", en el que seguí a la vocecita que me contaba el cuento, una señora con ramas en la cabeza que se sienta al lado mío cada vez que me pongo a escribir.
- T: ¿Cómo entendés la literatura?
- L.L: Creo que la literatura es una ética del mal. Te enseña que el mundo es una cagada, que hay pocos que están conscientes de eso y que no hace falta comportarse como dijo papá, sino que tenés que hacer lo que querés. Para la gilada es el mal porque está fuera de la norma, fuera de la ley. Es como dice Stephen King: hay un pueblo, todo está bien, vuelan las mariposas y de pronto aparece un monstruo. Eso es el mal, lo que está por fuera de la norma y con eso en los cuentos no hay vuelta.
- T: En ningún cuento tuyo hay vuelta.
- L.L: ¿Sino para qué vas a leerlo? El cuento es un punto de no retorno, cuando todo se caga ahí empieza, o termina, no hay vuelta atrás, sino sería una novela. La materia del cuento es lo que sucede una vez, lo extraordinario.
- T: Al término "maricón" lo usás como insulto recurrente en el libro y hay un asesino que mata a las mujeres por "putas", pero antes las viola. ¿Son incorrecciones que forman parte de la receta del terror?
- L.L: Lo moral está en el centro del terror y, en estos cuentos, dialoga con lo que pasa afuera, lo que leo en los diarios se mete en lo que escribo. Cuando se escribe terror hay que tocar las heridas que están frescas, ir a los puntos que sangran, a los discursos dolorosos de la actualidad, a esta cuestión de que cada vez que desaparece una chica se preguntan cómo estaba vestida o la muestran en un gesto que sugiere ligereza. Me gusta jugar con esta idea que está dando vueltas de que, de alguna forma, se lo merecen. Me parece que nombrarlo hace que uno empiece a discutir, con el pretexto de la literatura por ejemplo.