Una chica de provincia
A finales del 2012, una novela irrumpió con fuerza en las listas de
votaciones de “libro del año”. Se llamaba El
viento que arrasa y su autora, pese a tener publicados un libro de cuentos
(Una chica de provincia), uno de
poemas (Mal de muñecas) y una
nouvelle (Niños), era joven y casi
desconocida. Pronto llovieron los elogios desde los suplementos culturales e
incluso desde la voz autorizada y legitimante de Beatriz Sarlo.
Nacida en 1973, en Entre Ríos (actualmente vive en Buenos Aires) Selva
Almada se formó en el mítico taller de Laiseca, al que aún acude para leer su
producción. Dice sobre la experiencia: “No es un taller convencional, Laiseca
nunca te va a marcar una cuestión de puntuación, es como muy libre en un
sentido. Aprendés de él a través de lo que charlás, de sus lecturas y de su
experiencia de vida más que cómo formatear un cuento o cómo hacer una
descripción. En ese sentido es un poco mitológico. Su gran acierto es que te
alienta a encontrar tu propia voz. Yo misma soy docente y a veces me tengo que
contener para no llevarlos a lo que me gusta leer a mí”.
Narrada en un lenguaje sencillo, claro y económico, El viento que arrasa cuenta una historia mínima, con cuatro
personajes y lo que en la preceptiva se llamaría unidad de tiempo y lugar: un
pastor y su hija, un mecánico y su hijo adoptado, un auto descompuesto.
Alrededor, el paisaje deprimente y hostil del desierto chaqueño, casi un
personaje más en la historia.
“Conozco el Chaco de haber ido varias veces”, dice Almada. “Me pasaba que
salía de Entre Ríos que es como un vergel y me iba a meter en el norte
santafesino y sur del Chaco, que es desértico y llano. Me parecía un paisaje
hostil, yo lo rechazaba y él me rechazaba a mí. Entonces planteé esa dicotomía
entre el paisaje chaqueño y el entreriano, la infancia del pastor transcurre en
Entre Ríos y está llena de ríos y árboles, es donde tiene lugar su bautismo”.
Uno de los aciertos en el libro es el uso de los diálogos, que suenan
creíbles sin ser costumbristas, algo poco visto en la narrativa contemporánea.
“En los relatos anteriores le escapaba siempre al diálogo porque me parecía que
cada vez que lo usaba quedaba impostado. Y en cambio acá la novela de hecho
arranca con un diálogo, y ahí me di cuenta de que funcionaban, me parecían
verosímiles. Por ahí no soy muy observadora pero sí tengo mucho oído para
captar cosas que pasan, o frases, o giros, que me gustan, me interesan, me
parecen pintorescos”.
El otro acierto es la prosa: cuidada, económica, profundamente sensorial,
recuerda un poco a la de ciertos narradores de los setenta como Haroldo Conti o
Moyano, y menos a los desvíos y las disgresiones que suelen caracterizarse como
“escritura femenina”. La de Almada es, en este sentido, una escritura
masculina, útil y transparente, que parece dejar hablar a los personajes por sí
mísmos sin la molesta intervención del autor, y con un concepto de la
sugerencia que recuerda a la teoría del iceberg de Hemingway.
“Ya me han dicho que mi escritura no es típicamente femenina”, dice la
autora. “Igual las escritoras que me gustan no trabajan con ese tono. No me
interesan las historias domésticas con dramas o románticas. Me gustan las
historias que avanzan. Y me da más curiosidad el mundo de los hombres que el de
las mujeres. Eso se nota en la novela, donde las madres están ausentes. Lo que no quiere decir que en mis cuentos no
aparezcan mujeres, pero no son mujeres comunes nunca, son quizás más
masculinas. Por ahí es la mirada que yo tengo sobre las cosas, sobre el mundo”.
El viento que arrasa es una
novela moral, en el sentido que le da a esa palabra la larga tradición de
escritores del profundo sur norteamericano. Como en Pedro Páramo de Rulfo, sus personajes viven en un infierno en la
tierra, una zona despoblada y pobre, y esto parece ser el resultado de sus
propias acciones pecaminosas. En todos hay una pérdida, un recuerdo doloroso
que puede resumirse en una imagen, una fotografía.
“En ese tiempo había empezado a leer a Flannery O` Connor y Carson Mccullers”,
dice Almada. “De Faulkner leí Mientras
agonizo, y no mucho más, algunos cuentos sueltos, y creo que lo que hay
suyo en la novela está más pasado por el río de Onetti. Elegí la figura del
pastor porque necesitaba la excusa de alguien que viajara, y los viajantes de
comercio ya casi no existen y son un lugar muy transitado. Y como yo voy mucho
al Chaco me habían llamado la atención la cantidad de cultos evangélicos”.
La acción cuenta en simultáneo la vida de esos cuatro personajes, la
espera para que le arreglen el auto al pastor, que debe seguir viaje, los flashbacks
que permiten entender su historia y los sermones del pastor. Y todo se encamina
hacia un final digno de una buena película argentina. Porque El viento que arrasa es también una
“novela cinematográfica”, como dice la contratapa, casi servida para su
adaptación. “Hay una propuesta bastante firme de un productor”, adelanta
Almada, “que ya casi está cerrada. Hubo un par de directores puntuales, pero
nos conveció esa. En ese momento incluso me planteé si era necesario llevar el
libro al cine, sino era mejor dejarlo como estaba. Después pensé que bueno, la
película nunca va a ser el libro, va a ser la obra del director o el guionista,
no mía”.
Uno de los temas centrales de la novela son los vínculos familiares,
cuyas rupturas marcan la vida de los personajes. Almada es contundente al
respecto: “La familia, como institución, la familia convencional, me parece
algo que necesito poner en crisis todo el tiempo”, dice. “Yo vengo de una
familia disfuncional, entonces cuando veo papá, mamá, la nena, el nene, y son
todos felices no les creo. Siempre estoy poniendo en cuestión la familia, con
todo lo que gira alrededor. La familia es el lugar de protección, mentira, las
peores cosas se suceden muchas veces ahí adentro. La idea de que la sangre tira
también me parece un discurso vacío. O la idea de que por que sos familia te
tengo que defender a capa y espada aunque te hayas mandado una cagada terrible.
Esa cosa argentina de que lo primero es la familia es una idea que me da escozor.
Por eso en mis historias las familias nunca están completas, siempre les falta
una parte”.
En breve, siempre por Mardulce editora, aparecerá Ladrilleros, su segunda novela, “un poco más larga y más
disgresiva”. Luego de la primera, la expectativa es grande y a la autora
confiesa darle “un poco de vértigo”. Además, afirma seguir eligiendo un
proyecto mediano como ese antes que los grandes grupos editoriales. “Me siento
más cómoda con ellos. Me gusta la editorial, me gusta el catálogo que están
armando. Trabajo muy bien con Damian (Tabarovsky). Me acompañaron mucho en todo
el proceso del libro, ellos se ocuparon de la prensa, de llevarlo a una
distribuidora. Yo puedo opinar sobre las tapas, cosa que no es habitual en el
medio. Es una idea quizás un poco romántica de la vieja relación del editor con
el autor, que lo acompaña durante toda su obra y toda su vida. Tampoco me voy a
cambiar de editorial para ganar plata”.
(Publicado hoy en Ciudad X)
(Publicado hoy en Ciudad X)
2 comentarios:
¿Qué es una escritura masculina?
Decir que existe algo así como una escritura masculina y que además es útil y transparente, ¿no te hace sentir un poco sexista Lamberti? ¿La escritura femenina sería inútil y opaca?
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