La buena
gente de campo
“El miércoles 21 de marzo de
1990, en Tábano, un caserío al oeste de la provincia de Buenos Aires, se
produjo el único suicidio en masa del que tenga registro en la historia
criminal argentina”.
Así
empieza Me verás volver, de Celso
Lunghi, flamante ganadora del último premio Página 12, con un jurado entre los
que se cuentan escritores de la talla de Juan Forn, Alan Pauls, María Moreno o
Guillermo Saccomanno, entre otros. Y esa primera frase encierra el sistema de
muñecas rusas que rige la composición arquitectónica de la novela.
En ésta, como acusaba Onetti a
Puig, uno no sabe como es la voz del autor, pero sí la de los personajes, que
desarrollan la historia a partir de sus puntos de vista, en sucesivos monólogos
interiores y textos ficcionales, como cartas o retazos de libros, y con una
información siempre parcial sobre los hechos.
Me verás volver es, sobre todo, una novela policial, pero que
subvierte el clásico esquema “crimen – enigma – resolución del enigma” en
“crimen – enigma – más enigma”. En cada muñeca rusa hay un nuevo misterio, un
hecho desconcertante que engrosa la oscuridad alrededor de los personajes. Es
acertado el fallo del jurado que dice que “hacía tiempo que las grandes
tradiciones de la literatura argentina no convergían en una trama”, porque esos
“niveles” también son géneros en sí mísmos, y cada volantazo de la novela
implica un cambio de lectura: desde el policial al terror, desde el documental
al fantástico.
Aunque la gran influencia quizás
sea la de Stephen King, citado en uno de los epígrafes. Al igual que en las
historias de King, ésta se desarrolla en un ámbito rural, y su terror es el de
los personajes de esa zona: terror de campo, terror de corazones solitarios y
un poco salvajes. Hay un sacerdote malhumorado y corrupto, una niña santa, amas
de casa desesperadas y crueles.
También podría haber sido, desde
su rigurosidad argumental, una novela de Sergio Aguirre: rápida, esférica,
inteligente, maligna. Las piezas encajan una a una precipitando el suspenso y
el único detective posible es el lector, que tiene los datos suficientes para
resolver el misterio.
La historia gira alrededor de
una niña que comienza a recibir mensajes de la Virgen María. Poco a poco
congrega a un grupo de personas que se acabará transformando en una secta. Con
lentitud, como quien quita capas de ropa, se desvelan los secretos horrorosos
de la familia de la niña, su padre, el fantasma inquieto de su madre. Será ella
quien, en un momento determinado, le ordene a sus fieles el suicidio a través
de la ingestión de cianuro.
Pero esa es sólo una de las
capas de la novela, que recubre las relaciones perversas de los habitantes del
pueblo. La verdadera oscuridad no es la de lo sobrenatural, sino la de los
corazones reales de esa “buena gente de campo” capaz de los peores crímenes.
Con un funcionamiento similar al
de la novela de folletín, cada capítulo funciona como una pequeña narración
cerrada en sí mísma, que agrega un nuevo detalle horroroso. Y lo hace sin
golpes de efecto ni grandes despliegues linguísticos. No hay una sóla frase
“poética” o “literaria” en la novela: más bien se trata de captar la simpleza y
el minimalismo del lenguaje oral, porque el efecto se da a nivel de la
narración.
A pesar de la rapidez con la que
se lee (o a causa de eso precisamente), Me
verás volver admite relecturas, y
logra dejar la impresión de ligera incomodidad y confusión que causa la vida
misma. Novela epistolar, novela documental, novela de chismes de pueblo y de
extraños y dolorosos pensamientos, constituye el prometedor debut literario de
su autor, de sólo 25 años, lejos de la escritura autobiográfica y generacional
contemporánea y más cerca de aquello que Borges le pedía a la literatura: una
buena trama.
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