Un año sin amor (publicado en Ciudad X, hace un tiempo)
Chik lit,
según Wikipedia: “género dentro de la novela romántica, que actualmente está en
auge, escrito y dirigido para mujeres jóvenes, especialmente solteras, que
trabajan y están entre los veinte y los treinta años”.
Ejemplos
cinematográficos: El diario de Bridget
Jones y Sex and the city en sus
dos formatos, serie y película. En Argentina, el género tuvo su colección hace
unos años con novelas como Te pido un
taxi, escrita a cuatro manos por Mercedes Halfon y Fernanda Nicolini, o Tenemos que hablar, de Celia Dosio,
ambas publicadas por Sudamericana. En todos los casos se repite el mismo
procedimiento: mujeres al borde de un ataque de nervios sufriendo sinceramente
por amor.
Kiki 2, de Cuqui podría encuadrarse
dentro de esas reglas, pero mostrando su lado más oscuro, más cercano al best
seller Cien cepilladas antes de dormir,
de Melissa Panarello. Después de su lectura, y como con la mayoría de las obras
de Cuqui (autora de más de diez libros, entre poesía y narrativa) surge varias
preguntas: ¿Qué es esto? ¿Una novela? ¿Una performance? ¿Un diario sexual? ¿O
todo eso mezclado y regurgitado?
Si el género reivindica
en algunas de sus formas la superficialidad y el sexo sin compromiso, Kiki 2
plantea todo lo contrario: su protagonista busca amor, busca novio,
busca alguien que no sea sólo un cuerpo. Mientras tanto, los cuerpos desfilan
uno tras otro, se los describe sin piedad: sus medidas, sus formas de hacer el
amor, sus genitales, sus excusas infantiles y su invariable estupidez.
Kiki 2 es la segunda parte de Kiki (2008- Huacala Capirote). En la
primera, la protagonista (y la autora) habían dejado papelitos en Ciudad
Universitaria, invitando a tener sexo, con su número de teléfono. Los mensajes
no tardaron en llegar y los encuentros sexuales fueron variados y descriptos
con lucidez, humor y minuciosidad. Como gran parte de la buena literatura, el
libro pasó desapercibido.
En el comienzo
de esta segunda edición, la protagonista pone un aviso en una página de
escorts: de ahí provienen algunos de sus ejemplares humanos (otros continúan de
la primera parte). A todos se les pone condiciones: deben llevar tres películas
de terror, las relaciones tendrán lugar con ese trasfondo gótico.
Con varios
registros (la voz de la narradora, los mensajes telefónicos y los emails) el
libro da cuenta de esos encuentros durante un lapso de seis meses. A veces son
buenos, la mayoría del tiempo muy malos. En el medio desfilan las obsesiones de
Cuqui: fragmentos de la obra de Jodorowsky, sueños eróticos con Messi, el
tarot, la lectura de la revista Vogue y la omnipresente figura de Madonna, ideal
de potencia humana y artística.
Con
una voz narrativa ágil, inocente e irónica por parte iguales, Kiki 2 muestra el sexo en su dimensión
lúdica y profundamente humana. La protagonista quiere alguien con quien dormir,
pero no un matrimonio o hijos. Los hombres que describe son, en partes iguales
ridículos, egoístas y lujuriosos. Como casi todos: el único que se salva es un
extranjero que la trata con amabilidad.
En
sintonía con la avidez por lo “verdadero” de los realities y la televisión, el
libro no se ocupa en disfrazar de literatura sus anotaciones. No hay golpes de
efecto, recursos tradicionales ni una trama en el viejo sentido de la palabra,
no hay principio ni fin, sino un trozo de vida puesto a consideración. En este
sentido, Kiki 2 reclama un lector
curioso y participativo, que espíe por la cerradura esa habitación donde todo
puede suceder.
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