Apuntes sobre el
Filba (publicado hoy en Ciudad X)
Treinta y tres escritores. ¿Qué hacen treinta y tres escritores en
un hotel santafesino? Comen, duermen, fuman, charlan, bajan al restorán a usar
la laptop, se despiertan temprano y despeinados para desayunar, intercambian
libros y proyectos editoriales, pasean por la ciudad, hablan por teléfono y se
sacan fotos, algunos incluso escriben. El motivo de tanto despliegue es la
segunda edición del Filba Nacional, festival itinerante de literatura
organizado por la Fundación Filba y la librería Eterna Cadencia. Esta vez la
sede se traslada a la patria chica de Juan José Saer. Y ahí estoy yo, con mi
vieja y pesada computadora y mi vieja y pesada mochila.
Un cholulo literario. El Hotel se llama España, y su comedor, de
techos altos, grandes columnas y serviciales mozos de estricto bigote
evidencian su pasado esplendor. Al llegar me encuentro a Hebe Uhart, sentadita
en uno de los sillones del hall. Le pregunto si está por ir a la conferencia de
las seis y media y se produce un diálogo confuso: Yo soy Hebe Uhart, me dice.
Sí, ya sé, le digo. ¿Vos quién sos?. Lamberti, le digo. Ah, dice, pero se nota
que no me tiene. En el ascensor casi choco con Aníbal Jarkowski. Vos sos Jarkowski,
le digo. Él sonríe sin responder. La situación es esa, entonces. De vista o de
haberlos leído, yo los conozco a todos. Soy un cholulo literario. Nadie me
conoce a mí. ¿Por qué habrían de conocerme? Dejo mis bolsos, pruebo la conexión
a internet (es malísima allá arriba) y cuando vuelvo a bajar, Hebe Uhart sigue
sentada en el mismo sillón. Tenemos una desopilante conversación sobre el Papa
(Tanta humildad, tanta humildad, no le creo, dice ella) y después llega Claudia
Piñeiro, alta y con calzas, y hablan con Hebe del clima y la ropa. Quisiera
decirle que Tuya, es una gran novela,
y que Las viudas de los jueves no
está nada mal a pesar de haber sido premio Clarín, pero esas cosas no se dicen,
hay cierto decoro y ciertos temas prohibidos, así que me callo.
Los escritores se la saben todas. La conferencia inaugural de Hebe
Uhart es sencillamente impecable. Con su tono de amable ancianita, da una clase
magistral de escritura. Para jóvenes, dice, porque los escritores se la saben
todas. Habla de cómo escribir, de qué elegir como material. Dice que los
escritores que le ponen buenos nombres a sus personajes le dan buena espina. Se
ríe, nos hace reír. Después la veremos en todos los paneles, con un libro o un
bolsito, levantando la mano para hacer preguntas.
Ludopatía. Un fantasma recorre el festival en esos cuatro días: el
fantasma de Juan José Saer. La ciudad, escenario de algunas de sus grandes
novelas, nos regala una humedad y un calor opresivos, propios de su poética. En
la programación del festival hay una intervención urbana que lleva su nombre,
la proyección de “Cicatrices”, y varias mesas que lo tienen como protagonista. Se
dice que era una buena persona, que amaba más el punto y banca que a la
literatura, que cuando se fue a vivir a París estaba prácticamente en
bancarrota. Un conocido del hijo (Jerónimo Saer, músico) me cuenta que su padre
lo llevó a ver Súperman varias veces al cine. La calle de Glosa es paralela a
la del Hotel España. Voy a recorrerla y me decepciona un poco: no la había
imaginado así. Es en rigor una peatonal, estrecha y llena de negocios. Pero
como son las tres de la tarde, los negocios están todos cerrados.
Tensiones regionales. A pesar de su apego por la siesta, Santa Fe
consta de una tradición y un buen número de escritores que producen y editan.
Me encuentro a Fernando Callero, que lleva adelante la editorial Diatriba, a
Francisco Bitar, que acaba de publicar la novela Tambor de arranque luego de varios libros de poesía. A Analía
Giordano y a Carina Radilov, escritoras casi secretas oriundas de Sunchales. Llegamos
a la conclusión de a Saer que es imposible leerlo después de los veinticinco
años: se vuelve aburrido.¿No es hermosa la literatura, que nos llena de amigos?
Los escritores nos vivimos quejando pero cada tanto me doy cuenta de que vale
la pena.
Stand up. Una de las actividades extra del festival es un recital
poético “en stereo”, a cargo de Diego Arbit y Sagrado Sebakis. “Qué bueno que
te guste Bukowski”, se llama, y es una lectura original y divertida, que no se
preocupa en parecer literaria. Cuando termina le digo a Sebakis que debería
hacer stand up. Pero parece estar blindado para esa observación y se despacha
con una explicación de media hora acerca de porqué no. Dice que los que hacen
buen stand up son, precisamente, los que no hacen stand up, sino otra cosa.
El cronista en blanco. Una de las buenas ideas del festival es
cronicar la ciudad en sus puntos significativos. Para eso se les encarga a seis
de los participantes la escritura de una bitácora del Filba. A Selva Almada y
un servidor nos toca charlar con una de las víctimas de la inundación del 2003.
Fácil, me digo, pero cuando llego al hotel no sé cómo empezar. No es la primera
vez que tengo un bloqueo, pero hay fecha de entrega y todos esos escritores
importantes van a estar sentados en el público. Estoy en calzoncillos, con un
calor infernal y una resistencia infantil a prender el aire, tomando mates y
fumando como loco, y no me sale nada.
Milanesa con papas fritas. Al final algo sale, que de entrada no me
gusta y corregiría cien veces. Leemos en uno de los imponentes y hermosos
centros culturales de la gestión socialista. Después el festival se termina y
sus organizadores suspiran, cansados. Saludo a mis amigos, recibo una pila de
libros de regalo, voy a tomar una cerveza con ellos antes de abordar el
colectivo. Por una serie de contigencias que me tienen como culpable, termino
comiendo en el colectivo, a oscuras, una milanesa con papas fritas. Como no
tengo cubiertos corto la milanesa con las manos y me llevo los pedazos a la
boca.
1 comentario:
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