Una literatura que condensa la grasa clase B del cine de terror de los ochenta, la rebeldía rescatada del fantástico, el pesimismo antropológico de la ciencia ficción, el desencanto campechano de los noventa y el delicado humor melancólico de las narrativas contemporáneas. En El loro que podía adivinar el futuro está casi todo lo que un treintañero le podría pedir a un libro en plan de reconstrucción afectiva de los estímulos estéticos, de una posible biografía cultural.
El experimento con los géneros lleva la literatura de Lamberti a una dimensión ligeramente desconocida: su estrategia de implosión del realismo parece más bien la tarea de un investigador de los restos, de lo que queda cuando el realismo explota por todas partes. En ese punto experimental Lamberti comete un acto de infidelidad creativa respecto de una generación de escritores cordobeses (más o menos todos reunidos por la gracia de Editorial Nudista, más o menos) y de una tradición que parecía pedir a gritos un libro antidogmático. O quizá mejor dicho: un libro tan fiel a esa tradición que le termina siendo infiel, que la termina casi denunciando en su momento de evangelio, justo en el punto en el que podría convertirse en doctrina.
El libro comienza con algo que asume la forma de primeros pasos de experimentación: un relato autobiográfico escrito en primera persona, agrietado por la intromisión de lo fantástico, un niño cuyos datos coinciden con los del autor pero que tiene poderes telepáticos. Mueve cosas con la mente, pero sin darse cuenta. Siempre hay un pero en los relatos de este libro, un instante adversativo que pone en ridículo la posible solemnidad de lo sobrenatural y lo descontractura, lo pone a convivir de un modo cero conflictivo con una realidad tanto o más incomprensible.
El segundo relato, La canción que cantábamos todos los días, tiene alma de hit por su argumento pegadizo, por su instante de gloriosa reflexión metafórica y por su final al estilo Kjell Askildsen en Ajedrez: una resignación fraternal, un dejarse estar por los designios de algo que sería más poderoso incluso que el miedo o el odio, algo que se lleva en la sangre.
En Algunas notas sobre el país de los gigantes hay una cierta ternura como contrapeso de un relato de apariencia científica. La técnica de aproximación al género es tradicional: dar por sentado lo extraño, como si ya hubiera sido digerido por la humanidad, y reflejar en pequeñas anécdotas lo que un escritor con menos oficio hubiera dicho en largas explicaciones.
Le sigue un relato de Ciencia Ficción, La vida es buena bajo el mar. El foco está puesto en un personaje humano en un proceso de feliz y al mismo tiempo desesperante deshumanización análogo a la adicción al MDMA. El relato remite a las crónicas marcianas de Bradbury, a los replicantes de Philip K Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, y -por su atmósfera no apocalíptica (algo poco común en la CF) y por la ¿naturaleza? de los residentes, a la película Sector 9, entre, seguramente, muchas otras referencias: en cierto sentido la experiencia de lectura de este libro puede ser un carnaval de citas, de apelaciones a una memoria cultural edificada en videoclubes y librerías de saldo.
La feria integral de Oklahoma, el penúltimo relato, licúa el suspenso y el misterio de Lost y Carnival para generar una bestia nueva, poderosa y perturbadora. Un tenue humorismo estrambótico atenúa el tono de terror del cuento, que también reflexiona sobre los lazos familiares y la muerte. Finalmente, el cuento que le da título al libro profundiza en lo terrorífico, coquetea con la estética gore y ofrece un panorama sobre la desolación humana, la marginalidad low fi de los espíritus suburbano-melancólicos.
El conjunto es en definitiva una exploración al modo borgeano por el misterio de la ficción en sí: reescrituras de otras historias, ampliación de pequeñas anécdotas y de sus posibles efectos, elucubración sobre las posibilidades de la narrativa a merced de estrategias como el cambio de foco, la hiper observación de un detalle, la elipsis de todo lo que resulte explicativo. El resultado es un pequeño tesoro, uno de esos libros que deberían sobrevivir a cualquier hecatombe, como falso testimonio de un espíritu auténtico y complejo, lo que queda de lo que queda de una explosión que no vivimos.
*versión completa de la reseña publica en la voz del interior del jueves 30 de agosto.
Lo saqué de acá
1 comentario:
ahora se hicieron amigos ja
Fuera de joda el libro està muy bueno y propone muchas lecturas
Publicar un comentario