La voz de la
conciencia
En su primera novela, Natalia Moret retrata una Buenos Aires
decadente de la mano de un publicista.
Un
Don Draper posmoderno, cínico y desencantado. Un Don Draper porteño y
cocainómano pasando por una semana digna de los hermanos Cohen.
“Un publicista
en apuros”, la primera novela de Natalia Moret, se distancia por varias razones
de lo que se dio en llamar la “nueva literatura argentina”: la primera y
principal es la elección del personaje. A la pulsión autobiográfica y sensible,
a los paisajes costumbristas y la delimitación de un espacio íntimo, Moret le
opone una prosa rápida, una moral decididamente menemista y el distanciamiento
que implica escribir “como hombre”.
Javier
Franco es un publicista treintañero con una idea muy clara del lugar que ocupa
la sociedad. Vive drogándose y disfrutando, y es capaz de venderle su alma a
cualquiera que tenga el dinero suficiente para pagarla. Pero este mundo idílico
se ve alterado por una noche de parranda y una foto que lo muestra junto a un
cadaver. Desde ese momento, su vida liviana se irá tornando densa: cualquiera
de los que lo rodean puede ser parte de una conspiración contra él.
Como
se ve, el procedimiento policial (más
que el género) que consiste en dilucidar al culpable de una muerte en sus casi
400 páginas, no es ajeno a la novela. Pero como en los policiales negros, son
otros los ejes de la narración: el descubrimiento de la corrupción
generalizada, la justificación de la paranoia y la traición como motor de la
narración, anunciada desde el epígrafe de Shakespeare. Es decir: una mirada
política sobre el presente, pero no desde el margen sino desde el centro.
En
el medio, se suceden escenas ligeramente bizarras, como el dedo cortado que el
protagonista lleva en su bolsillo trasero, un encuentro con el enemigo contado
como western en Berazategui o la quema pública de iglesias en todo el país, que
acompaña lo narrado como telón de fondo.
La
novela delimita, además, la cartografía de una Buenos Aires cosmopolita que va
desde Palermo a Constitución, desde el MALBA (imperdible la descripción de su
fauna) a las torres de Puerto Madero. Cada espacio es debidamente descripto,
ridiculizado, mistificado, quizás como modo de demostrar que la corrupción y la
estupidez recorren todos los estratos sociales.
¿Quién mejor
que un publicista para burlarse del progresismo y su imaginario, en base a
intervenciones irónicas? Alguien que vende superficies brillantes, que tiene
muy en claro que las personas a su alrededor son potenciales clientes,
potenciales compradores. Alguien que conoce las reglas y juega con ellas. Al
igual que el Jhon Self de Martin Amis en “Dinero”, Javier Franco juega con
nuestras ideas preconcebidas, nos pone a prueba como lectores. Somos los
testigos de su diálogo interno, y de un mundo que no suele visitar el realismo
actual: el de los caprichos y excentricidades de la clase dirigente.
(publicado hoy en el suplemento de cultura de La Voz del Interior)
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