acapulco
lamberti pasa sus días al sol
26 sept 2019
2 mar 2018
Una madre maldita
Por Sebastián Rodríguez Mora (publicado en Revista Crisis)
Luciano Lamberti
La
casa de los eucaliptus
Random House Mondadori
2017
189 páginas
El autor
A los 39 años,
Luciano Lamberti es un escritor cordobés con cinco libros publicados: un lejano
poemario, San Francisco; una novela
en Random House Mondadori, La maestra
rural; tres libros de cuentos, El
asesino de chanchos, El loro que
podía adivinar el futuro (los dos en editorial Nudista) y el reciente La casa de los eucaliptus. Los 27
cuentos de Lamberti revelan un sistema narrativo en principio influido por Ray
Bradbury, Stephen King y Horacio Quiroga; sin embargo, es posible afirmar que
existe un método independiente en el cuento lambertiano. Se podría subrayar en
cada uno de los cuentos de Luciano Lamberti la oración precisa en que la
narración se pone rara, turbia. Oraciones, líneas, fronteras: elementos
centrales en el género terror, ecosistema en el que La casa de los eucaliptus se cimienta. El lector de estos cuentos
nunca abre sus ojos adentro de la distorsión de lo real sino que debe cruzar
una línea -subrayar en la hoja del libro también es cruzar hacia otra forma de
leer, una transgresión infantil del blanco sagrado, la mácula perversa sobre el
carísimo papel argentino. Las revelaciones les ocurren a estos personajes
siempre después de cruzar una vía, una tranquera, un campo arado al borde la
pequeña ciudad de provincia. El cuento lambertiano obliga a cruzar para
recorrer, para entender y por sobre todo para tener miedo, para leer con morbo
como quien se tapa los ojos con las manos pero espía a través de los dedos.
El gancho
El libro abre
con un cuento llamado “Los caminos internos”, donde un médico rural se pierde
hasta encontrar su pasado sin buscarlo. Y su pasado, como suele suceder, se lo
va a comer crudo. Esos caminos internos recorren el país, dice el narrador. Se
comunican entre sí para llevar el terror, el misterio y la noción más vasta de
lo inexplicable. Toda la obra lambertiana circula sobre la tríada de lo
inexplicable, lo inentendible y lo sagrado, lo cual puede resumirse en una
forma muy propia de entender la Naturaleza, lo dado, el destino. El
protagonista de esta narrativa es el interior del país que vemos desde Buenos
Aires como una sucesión de campo indistinto poblado por gente, animales y vegetación.
En “Santa”, último cuento de La casa de
los eucaliptus, leemos: “Quiero creer. Soy como ese personaje de Los
expedientes secretos X (...) Quiero recuperar mi inocencia, dejar de lado la
ironía y el cinismo que caracterizan a nuestra pobre época”. Un poco más adelante,
dice: “Esta es la historia de mi fracaso. Del misterio que no pude revelar. De
la fe que no alcancé. De los secretos que siguen siéndolo”. Lamberti no quiere
juzgar, no quiere desmentir a ese Interior; ante todo busca creer en lo mismo,
sintonizar, él también quiere cruzar y comprender desde adentro el milagro, la
maldad y todo lo que existe en el medio. El relato del horror, entonces, es el
intento trunco de acceder a la lógica vital de un territorio incomprensible. La
cacería del misterio.
¿Es un
territorio universal o estrictamente argentino? Un primer mérito de esta
literatura es que esa diferencia no tenga sentido. En una reciente entrevista
que ofreció en Infobae Cultura,
Lamberti refería que esta cuestión ya está resumida en El Matadero de Echeverría. El símbolo de la Naturaleza en este
libro es el eucalipto, que aparece por todos lados: rodean la casa a la que
hace referencia el nombre del cuento que también es título del libro, forman
parte del paisaje o bien ejercen una frontera, una línea. Un árbol común a todo
el interior lambertiano pone a ese territorio igual de predispuesto a la
tragedia. Nadie corta o quema un árbol, nadie agrede a la Naturaleza porque
ella es destino y ley superior. Es tan potente el destino que nadie se atreve a
desafiarlo. Y es una madre que solo quiere el mal.
La hipótesis
“La casa de los
eucaliptus”, “Muñeca”, “Acapulco” y “Santa” tematizan la violencia
purificatoria, redentoria, y el ensañamiento contra lo femenino. La violencia
de género se explica (¿se explica?) como la dominación de lo sobrenatural sobre
sus perpetradores. Son cómplices los narradores mismos, a veces en la piel del
asesino o en la de amigos y conocidos de las víctimas, influidos por una
entidad externa. Los caminos intestinos de la violencia en el país narrativo de
Lamberti no tienen iluminación de autopista ni están señalizados, por lo tanto
responden a un orden de lo oscuramente natural. A los personajes no les queda
otra que asesinar mujeres por ejercer su sexualidad, a otros hombres por su
homosexualidad, a la propia madre por la monstruosidad de sus hijos; incluso en
“Santa” una conspiración cósmica de carácter divino se ensaña con una mujer y
la crucifica en vida. La violencia de género en estos cuentos se relata desde
lo sobrenatural porque es así como la vivimos: una aberración en superficie
inexplicable pero que en realidad se arraiga en los sustratos más hondos de la
cultura. Forzando un poco la lectura, la voluntad –ya citada más arriba– del
narrador del último cuento (que justo se hace llamar Luciano) pasa por
comprender cómo creen en lo sobrenatural estos habitantes en estado de
Naturaleza. Pero también puede ser pensado en sentido inverso. Quizás podamos
resumir la estrategia narrativa del siguiente modo: creer para comprender,
comprender para contar, contar no para evitar, sino para creer de otro modo. La
narración que permita comprender –sin justificar, desde ya– un femicidio en sus
motivaciones no pertenecería a la ficción en nuestra época inundada de sangre,
antes bien a la crónica periodista; Lamberti hace el camino –vale la
repetición: el camino interno– hacia
atrás, como un cronista de la narrativa que se habla de pueblo en pueblo. El
artificio de lo sobrenatural sirve para estremecer por inentendible lo que
precisa ser desnaturalizado. Narrando su naturalidad cotidiana, los episodios
de violencia de género se muestran horribles pero a la vez demandantes de una
solución razonada y originaria. Narrando desde adentro tal vez accedamos a
desnaturalizar la constricción espantosa de un aparente destino. Sutil y
peligrosa, la táctica de Lamberti pasa por habitar al monstruo y ser lo atroz,
aún cuando al final del trance solo tengamos las manos sucias y vacías de
moraleja.
El pifie
Ahora bien, ¿qué
ocurre cuando esa misma táctica ingresa de lleno al terreno de la política? Con
dos días de diferencia con respecto a la de Lamberti, Infobae publicó una entrevista a César Aira en México –la primera
en décadas para un medio argentino. No hace falta aclarar la lejanía entre el
monje fumador de Flores y el cordobés, pero ambos coinciden en afirmar que no
se le pueden pedir peras políticas al olmo de la literatura. “La literatura no
tiene una injerencia social para nada, como en otra época uno se imaginaba que
la tenía”, dice Luciano y “La literatura no tiene función social. ¿Por qué se
le pide siempre eso a la literatura? ¿Acaso se le pide eso a la música? ¿Acaso
la música de Mozart tiene una función social?”, dice Aira.
Sin embargo, el
interior de Lamberti debe procesar cambios socioeconómicos reconocibles en la
historia argentina reciente, y se agarra de lo que tiene a mano, la lógica de
lo sobrenatural / naturalizado. Y las mediaciones y las exigencias ante lo
político parecen ser otras que las exigidas por lo monstruoso de la naturaleza.
En este plano, el paso del Lamberti no se luce tanto. Un episodio de “Acapulco”
es transparente: “Algo está pasando, dijo el Tunchi (...) Es el cierre de la
fábrica, dije. La gente está deprimida. No, yo creo que es otra cosa, dijo el
Tunchi. Yo creo que el pueblo está, no sé, maldecido”. El narrador afirma que
“no éramos chicos malos, o eso quiero creer”. Acto seguido, asesinan al
homosexual del pueblo en el que ven expresado al diablo, el origen de la
malaria. Años después, los asesinos concluyen que se equivocaron de víctima,
porque nada ha mejorado.
En “El Espíritu
Eterno” la alegoría es aún más poderosa. Un nuevo presidente argentino, licuado
entre Macri y Massa y muy parecido al Hernán Blanco de Darín en La Cordillera, descubre al asumir que los
destinos del país están invariablemente dirigidos mediante la comunicación
ciberespiritista con un ánima de lo nacional que habla a través del cuerpo
momificado de Perón. Sospecho que Aira no estaría en desacuerdo si decimos que
en territorio de lo absurdo es fácil acceder al humor. Lamberti parece buscar
el mismo efecto, la ironía oscura. Perón le habla al nuevo presidente: “Ahora
tengo que decirte el secreto. Es el secreto que saben todos los presidentes
argentinos. No se lo podés contar a nadie. ¿Estamos de acuerdo? Por supuesto,
decís. Acercate, hijo. Lo hacés (...) Sentís un bloque de hielo que crece en tu
estómago (...) ¿Siempre fue así?, le preguntás. Siempre, hijo, siempre.
Quisieras no haberlo oído, nada será igual de ahora en adelante”. En el secreto
que nunca sabremos anida el ansia, otra vez trunca, por resolver, por
desentrañar. Pero esto es el quid de
lo político. ¿La literatura solo puede emularlo, en un juego de sombras o de ventriloquia?
El veredicto
La casa de los eucaliptus es un eslabón
más en la cadena genial que Luciano Lamberti forja con sus relatos. Esta
lectura se ensaña con conclusiones que exceden un aspecto muy genuino de sus
libros: producen la voracidad que en esta época solo ofrece Netflix. “El tío
Gabriel”, “La ventana”, “Los caminos internos” y “Vida de E.” pertenecen a esa
categoría, imprecisa pero presente en la cabeza de todo lector argentino, que
junta los cuentos redondos, dinámicos, terminados sin rebarbas. La –por ahora–
trilogía de El asesino, El loro y La casa de los eucaliptus condensa, con sus diferencias de estilo y
recursos, un cúmulo de historias tan nacionales como a Borges le gustaría, es
decir, historias universales. El terror a lo inentendible, ahí su tema central,
es todavía el sentimiento que mejor nos recuerda de dónde venimos mientras
intentan convencernos de que avanzamos hacia el futuro.
13 oct 2017
LUCIANO LAMBERTI: "CREO QUE LA LITERATURA ES UNA ÉTICA DEL MAL"
- Entrevista en Télam (Dolores Pruneda)
El libro "La casa de los eucaliptus" reúne doce cuentos de horror de Luciano Lamberti, una mezcla de sangre, deformaciones psicológicas y terror metafísico que transcurre en pueblos pequeños y apacibles a simple vista, algunos marginales, ajando con cuidado morboso la tranquilidad de la siesta.
Editado por Random House, este libro le llevó a Lamberti (Córdoba, 1977) cuatro años de trabajo. Lo escribió en los ratos libres que se hacía mientras preparaba la novela "La maestra rural", un poco en Córdoba y otro en Buenos Aires, ciudad en la que se instaló a partir de su paternidad, hace cerca de tres años.
"El asesino de chanchos" y "El loro que podía adivinar el futuro" son sus otros dos celebrados libros de cuentos, donde Lamberti desarrolla el clima enrarecido que alcanza "La casa de los eucaliptus" pero sin tanta sangre: "El recurso del gore es una novedad en estos textos", le dice a Télam Lamberti, después de haber recorrido Parque Rivadavia buscando "la tienda dedicada a Stephen King" donde hubiera querido retratarse.
Entre algunas de las invitaciones que Lamberti hace con esta nueva publicación a "un lector entregado pero no preparado y con ganas de entretenerse", están los hermanos monstruosos de "Muñeca", un homenaje o coletazo de lo que considera uno de los mejores cuentos de horror que haya leído, "La gallina degollada" de Horacio Quiroga; y también "Los chicos de la noche" y "Eddie", experiencias más cercanas al mal en estado puro, o "Carolina baila", un cuento de fantasmas.
"Hay ciertos límites del género que tenés que correr porque el fantasma victoriano ya no da miedo. Me encanta la literatura popular, historias sencillas con todos los elementos para el entretenimiento: sexo, sangre, pasiones básicas. No toda la literatura debe girar en torno de grandes pensamientos y yo no escribo para un lector entrenado, sino para alguien que quiera pasarla bien, divertirse y, con la mejor de las suertes, que la próxima vez que vea un espejo o una casita a lo lejos tenga un poco de cagazo".
Samanta Schweblin y Mariana Enríquez, con sus variantes, se inscriben en la literatura local contemporánea en una línea similar de lo extraño que practica Lamberti, quien encuentra climas sugerentes en los primeros cuentos de Julio Cortázar, en Edgar Allan Poe o el ambiente de pueblo donde creció. Nacido en San Francisco, Lamberti estudió Letras en Córdoba mientras daba clases y hacía la revista "Fe de ratas" con amigos como Federico Falco y Carlos Godoy, hoy escritores destacados, a inicios de la era de internet en Argentina. Con ellos debatía desde dónde tenía que pensarse la literatura en Córdoba.
"Creíamos que debíamos pensar la literatura como Saer, escritores que laburaban el interior de una forma interesante. La otra literatura que nos convocaba era la norteamericana, siempre nos pareció que había ciertos puntos de contacto con el realismo de Raymond Carver o Richard Ford. Lo sentíamos cercano, completamente urbano pero con paisajes medio de borde, de estaciones de servicio hechas mierda, moteles, mucha ruta y personajes perdedores, gente que no tenía esperanza".
- Télam: Esos márgenes se cuelan en la atmósfera de estos cuentos y de toda tu obra.
- Luciano Lamberti: El barrio donde nací en San Francisco se llama Sarmiento pero le decían "La puñalada", así que imaginate los especímenes que lo habitaban. También le decían "Acapulco", por las palmeras del boulevard Sáenz Peña donde mis viejos tenían la carnicería. Era un barrio de frontera, cruzabas una calle y estabas del lado de Santa Fe. Ahí la policía crucificó a un chico joven porque robaba mucho, como escarmiento. Lo ataron a una cruz y lo dejaron ahí un rato. Lo quemaron en público, como a los morosos del privado. Esa zona no era para nada como los barrios céntricos. Desde ahí pienso las historias.
- T: Los textos son muy diversos...
- L.L: Es que escribo por separado, cada cuento impone un poco su forma, de acuerdo al tema. Me parece más divertido. "La casa de los eucaliptus" es "La gallina degollada" de Quiroga, uno de los mejores cuentos de terror que leí junto a "La pata de mono", de W. W. Jacobs. Pensé en qué cosas me daban miedo, fuera de la corrección política, y unos locos retrasados de cuarenta años en una casa abandonada me dan miedo. Para mí es la humanidad sin la ropa de la civilización lo que se expone en la locura, el impulso sádico desnudo.
- T: ¿A qué le prestás atención cuando escribís?
- L.L: A Quiroga, por ejemplo, que logra una gran impresión, te acordás de sus cuentos toda tu vida, y parece que logró ese estilo tan económico que tiene a partir de restricciones. A su consejo de ver qué quieren los personajes, a esa idea del cuento como universo cerrado y un tobogán que lleva todo hacia un punto, un lugar de mudez que a la vez abre un abanico de interpretaciones posibles.
- T: Hay temas que parecen clave para el género: mandatos y estereotipos sociales, lo ancestral, la locura.
- L.L: Me gustaría aludir a lo mitológico porque es el inconsciente colectivo, eso muy primitivo, la cosa sin nombre que vive bajo la cama, pero no sé si lo logro. Por otro lado, la locura es el gran tema del fantástico, que surgió como una forma de cuestionar lo real y juega con la idea de subjetividad. A mí me gusta meterme muy profundo en la cabeza de los personajes, como en "La casa de los eucaliptus", en el que seguí a la vocecita que me contaba el cuento, una señora con ramas en la cabeza que se sienta al lado mío cada vez que me pongo a escribir.
- T: ¿Cómo entendés la literatura?
- L.L: Creo que la literatura es una ética del mal. Te enseña que el mundo es una cagada, que hay pocos que están conscientes de eso y que no hace falta comportarse como dijo papá, sino que tenés que hacer lo que querés. Para la gilada es el mal porque está fuera de la norma, fuera de la ley. Es como dice Stephen King: hay un pueblo, todo está bien, vuelan las mariposas y de pronto aparece un monstruo. Eso es el mal, lo que está por fuera de la norma y con eso en los cuentos no hay vuelta.
- T: En ningún cuento tuyo hay vuelta.
- L.L: ¿Sino para qué vas a leerlo? El cuento es un punto de no retorno, cuando todo se caga ahí empieza, o termina, no hay vuelta atrás, sino sería una novela. La materia del cuento es lo que sucede una vez, lo extraordinario.
- T: Al término "maricón" lo usás como insulto recurrente en el libro y hay un asesino que mata a las mujeres por "putas", pero antes las viola. ¿Son incorrecciones que forman parte de la receta del terror?
- L.L: Lo moral está en el centro del terror y, en estos cuentos, dialoga con lo que pasa afuera, lo que leo en los diarios se mete en lo que escribo. Cuando se escribe terror hay que tocar las heridas que están frescas, ir a los puntos que sangran, a los discursos dolorosos de la actualidad, a esta cuestión de que cada vez que desaparece una chica se preguntan cómo estaba vestida o la muestran en un gesto que sugiere ligereza. Me gusta jugar con esta idea que está dando vueltas de que, de alguna forma, se lo merecen. Me parece que nombrarlo hace que uno empiece a discutir, con el pretexto de la literatura por ejemplo.
Editado por Random House, este libro le llevó a Lamberti (Córdoba, 1977) cuatro años de trabajo. Lo escribió en los ratos libres que se hacía mientras preparaba la novela "La maestra rural", un poco en Córdoba y otro en Buenos Aires, ciudad en la que se instaló a partir de su paternidad, hace cerca de tres años.
"El asesino de chanchos" y "El loro que podía adivinar el futuro" son sus otros dos celebrados libros de cuentos, donde Lamberti desarrolla el clima enrarecido que alcanza "La casa de los eucaliptus" pero sin tanta sangre: "El recurso del gore es una novedad en estos textos", le dice a Télam Lamberti, después de haber recorrido Parque Rivadavia buscando "la tienda dedicada a Stephen King" donde hubiera querido retratarse.
Entre algunas de las invitaciones que Lamberti hace con esta nueva publicación a "un lector entregado pero no preparado y con ganas de entretenerse", están los hermanos monstruosos de "Muñeca", un homenaje o coletazo de lo que considera uno de los mejores cuentos de horror que haya leído, "La gallina degollada" de Horacio Quiroga; y también "Los chicos de la noche" y "Eddie", experiencias más cercanas al mal en estado puro, o "Carolina baila", un cuento de fantasmas.
"Hay ciertos límites del género que tenés que correr porque el fantasma victoriano ya no da miedo. Me encanta la literatura popular, historias sencillas con todos los elementos para el entretenimiento: sexo, sangre, pasiones básicas. No toda la literatura debe girar en torno de grandes pensamientos y yo no escribo para un lector entrenado, sino para alguien que quiera pasarla bien, divertirse y, con la mejor de las suertes, que la próxima vez que vea un espejo o una casita a lo lejos tenga un poco de cagazo".
Samanta Schweblin y Mariana Enríquez, con sus variantes, se inscriben en la literatura local contemporánea en una línea similar de lo extraño que practica Lamberti, quien encuentra climas sugerentes en los primeros cuentos de Julio Cortázar, en Edgar Allan Poe o el ambiente de pueblo donde creció. Nacido en San Francisco, Lamberti estudió Letras en Córdoba mientras daba clases y hacía la revista "Fe de ratas" con amigos como Federico Falco y Carlos Godoy, hoy escritores destacados, a inicios de la era de internet en Argentina. Con ellos debatía desde dónde tenía que pensarse la literatura en Córdoba.
"Creíamos que debíamos pensar la literatura como Saer, escritores que laburaban el interior de una forma interesante. La otra literatura que nos convocaba era la norteamericana, siempre nos pareció que había ciertos puntos de contacto con el realismo de Raymond Carver o Richard Ford. Lo sentíamos cercano, completamente urbano pero con paisajes medio de borde, de estaciones de servicio hechas mierda, moteles, mucha ruta y personajes perdedores, gente que no tenía esperanza".
- Télam: Esos márgenes se cuelan en la atmósfera de estos cuentos y de toda tu obra.
- Luciano Lamberti: El barrio donde nací en San Francisco se llama Sarmiento pero le decían "La puñalada", así que imaginate los especímenes que lo habitaban. También le decían "Acapulco", por las palmeras del boulevard Sáenz Peña donde mis viejos tenían la carnicería. Era un barrio de frontera, cruzabas una calle y estabas del lado de Santa Fe. Ahí la policía crucificó a un chico joven porque robaba mucho, como escarmiento. Lo ataron a una cruz y lo dejaron ahí un rato. Lo quemaron en público, como a los morosos del privado. Esa zona no era para nada como los barrios céntricos. Desde ahí pienso las historias.
- T: Los textos son muy diversos...
- L.L: Es que escribo por separado, cada cuento impone un poco su forma, de acuerdo al tema. Me parece más divertido. "La casa de los eucaliptus" es "La gallina degollada" de Quiroga, uno de los mejores cuentos de terror que leí junto a "La pata de mono", de W. W. Jacobs. Pensé en qué cosas me daban miedo, fuera de la corrección política, y unos locos retrasados de cuarenta años en una casa abandonada me dan miedo. Para mí es la humanidad sin la ropa de la civilización lo que se expone en la locura, el impulso sádico desnudo.
- T: ¿A qué le prestás atención cuando escribís?
- L.L: A Quiroga, por ejemplo, que logra una gran impresión, te acordás de sus cuentos toda tu vida, y parece que logró ese estilo tan económico que tiene a partir de restricciones. A su consejo de ver qué quieren los personajes, a esa idea del cuento como universo cerrado y un tobogán que lleva todo hacia un punto, un lugar de mudez que a la vez abre un abanico de interpretaciones posibles.
- T: Hay temas que parecen clave para el género: mandatos y estereotipos sociales, lo ancestral, la locura.
- L.L: Me gustaría aludir a lo mitológico porque es el inconsciente colectivo, eso muy primitivo, la cosa sin nombre que vive bajo la cama, pero no sé si lo logro. Por otro lado, la locura es el gran tema del fantástico, que surgió como una forma de cuestionar lo real y juega con la idea de subjetividad. A mí me gusta meterme muy profundo en la cabeza de los personajes, como en "La casa de los eucaliptus", en el que seguí a la vocecita que me contaba el cuento, una señora con ramas en la cabeza que se sienta al lado mío cada vez que me pongo a escribir.
- T: ¿Cómo entendés la literatura?
- L.L: Creo que la literatura es una ética del mal. Te enseña que el mundo es una cagada, que hay pocos que están conscientes de eso y que no hace falta comportarse como dijo papá, sino que tenés que hacer lo que querés. Para la gilada es el mal porque está fuera de la norma, fuera de la ley. Es como dice Stephen King: hay un pueblo, todo está bien, vuelan las mariposas y de pronto aparece un monstruo. Eso es el mal, lo que está por fuera de la norma y con eso en los cuentos no hay vuelta.
- T: En ningún cuento tuyo hay vuelta.
- L.L: ¿Sino para qué vas a leerlo? El cuento es un punto de no retorno, cuando todo se caga ahí empieza, o termina, no hay vuelta atrás, sino sería una novela. La materia del cuento es lo que sucede una vez, lo extraordinario.
- T: Al término "maricón" lo usás como insulto recurrente en el libro y hay un asesino que mata a las mujeres por "putas", pero antes las viola. ¿Son incorrecciones que forman parte de la receta del terror?
- L.L: Lo moral está en el centro del terror y, en estos cuentos, dialoga con lo que pasa afuera, lo que leo en los diarios se mete en lo que escribo. Cuando se escribe terror hay que tocar las heridas que están frescas, ir a los puntos que sangran, a los discursos dolorosos de la actualidad, a esta cuestión de que cada vez que desaparece una chica se preguntan cómo estaba vestida o la muestran en un gesto que sugiere ligereza. Me gusta jugar con esta idea que está dando vueltas de que, de alguna forma, se lo merecen. Me parece que nombrarlo hace que uno empiece a discutir, con el pretexto de la literatura por ejemplo.
5 abr 2016
20 feb 2016
27 oct 2015
13 mar 2015
11 mar 2015
Taller de escritura creativa
Docente: Luciano Lamberti*
Consignas / lecturas de autores consagrados y de
ilustres desconocidos / técnicas de corrección / clínica grupal
Comienza el martes 7 de abril en Librería Aquilea,
Corrientes 2008, Capital Federal
Todos los martes de 18 a 20 horas.
informes: lucianojlamberti@gmail.com
*Luciano Lamberti es
escritor y licenciado en Letras. Ha publicado los libros de cuentos El asesino de chanchos y El loro que podía adivinar el futuro, la
nouvelle Los campos magnéticos y el
libro de poemas San Francisco.
Coordina talleres de escritura desde hace más de diez años.
7 mar 2015
19 dic 2014
Viejas batallas
Sobre
La poesía en el país de los monólogos
paralelos (Ensayos sobre poesía argentina contemporánea), Pablo Anadón,
Editorial Brujas, Córdoba, 2014.
Una década y media después, la
llamadaPoesía de los 90, ese fenómeno que no es sólo literario sino también social, continúa siendo en gran parte un enigma. Más allá de
algunos planteos teóricos, como los de Anahí Mallol y Tamara Katmenzain, desde
lo lingüístico, desde su particular uso de la tradición, desde su ruptura con
el pasado, el movimiento, si es que puede llamarse así, es una liebre siempre
inquieta. Un estudio serio sobre el tema debería incluir la forma en que se
vestían esos poetas, la clase social de la que provenían, los tonos que
adoptaban al leer en público, la cantidad de lecturas por fin de semana, las
drogas que consumían y la indignación, indiferencia o inexplicable placer que
provocaban los cuadros con algodoncitos de Fernanda Laguna.
Es también el resultado de la proliferación de
tecnologías que permitían que cualquier persona con una computadora pudiera
diseñar, maquetar, imprimir y distribuir a mano sus pequeños libros. La
proliferación, por lo tanto, de pequeñas editoriales, con editores que también
eran autores, debería ser un ítem importante en esa especie de estallido social,
sobre todo de las más importantes como Vox, Siesta y especialmente Eloísa
Cartonera. Comandada por Cucurto, esta última era algo más que una editorial:
no sólo publicaba lo que debía leerse en ese momento, lo nuevo, lo peligroso;
no sólo incluía en su catálogo a algunos faros de la generación, como Aira y
Fogwill, sino que era además un proyecto social, que reflejaba las condiciones
objetivas del país en ese momento.
Basta hojear algunos de los libros de esas
editoriales, entre otras, para descubrir que por último la llamada Poesía de
los 90, considerada en bloque, es mucho más diversa de lo que nos quieren hacer
creer. ¿Qué puntos de contacto podría haber entre Puctum de Martín Gambarotta con Putina
de Gabriela Bejerman, entre los poemas de Juan Desiderio y los de Silvio
Mattoni? Sus búsquedas son tan disímiles que lo único que los une, estaríamos
tentados de decir, es haberlas emprendido en los mismos años. Se procede
entonces a una simplificación, a un nivelar para abajo, considerando que todo
lo que se escribía en esa época era descuidado, espontáneo, más acorde a la
oralidad, lleno de referencias pop y sin el aura del verdadero arte, si es que
tal cosa existe.
Contra tal clase de estereotipo está escrito La poesía en el país de los monólogos
paralelos (Ensayos sobre poesía argentina contemporánea)de Pablo Anadón,
recientemente publicado por Editorial Brujas.Dividido en tres partes, el libro
se toma ciento veintidós páginas para describir (con espanto) lo que considera
las últimas tendencias de la poesía argentina, y contraponerlo a un cannon
personal en la segunda parte en el que figuran autores como Enrique Banchs,
Borges o Wilcok. Una tercera parte, menos ruidosa, navega sobre las plácidas
aguas del problema de la traducción en la poesía.
Verdadero militante de una poesía a la que
considera “verdadera”, el autor no duda en arrojar flecha tras flecha contra la
Poesía de los 90 considerada en bloque: el estereotipo descripto más arriba. El
problema es que la elusiva liebre del problema es corrida por derecha en estas
páginas, precisamente lo que necesita para volverse atractiva.
Lo que a Anadón le molesta, lo que descubre con
horror apenas llegado de su estancia en Italia, son las características
liberadoras de esta poesía en un sentido casi sexual de la palabra: 1. Su
interés periodístico por el presente, por la cotidianeidad, por su espacio
inmediato; 2. El uso del verso libre, un verso casi prosaico que es leído
precisamente como prosa; 3. Su transparencia, su referencialidad y la ausencia
casi total de recursos poéticos. Todas las características que sacaron en ese
momento a la poesía de un lugar inaccesible y la volvieron por todos y para
todos.
Pero en el fondo lo que más molesta a Anadón, lo
que lleva a citar con una mezcla de furia y placer, poemas o fragmentos de
poemas de Alejandro Rubio, una de sus víctimas preferidas, es la supuesta
trivialidad de esta clase de poemas: su capacidad de hablar de cosas pequeñas
que no fueran pasadas previamente por el tamiz del pensamiento. Por supuesto
que también se rescatan algunos poetas, pero son siempre los que buscan su
acento en el pasado y la tradición: Carlos Schilling, Pedro Mairal o el hermano
de Anadón: Esteban Nicotra. La antología Monstruos,
curada por Arturo Carrera, y que incluía a una gran parte del establisment
literario de la época, es destrozada en bloque, cuando sus autores son, vistos
desde cerca, bastante disímiles entre sí.
Estas consideraciones se oponen, como queda muy
claro, no sólo a la poesía del presente sino al presente mismo. Los mass media,
las redes sociales, la hiperconectividad (el mundo contemporáneo, para
abreviar) son los entes malignos que volverán superficial cualquier
manifestación artística de por sí, sin probabilidad de error. Gran parte de la
indignación del libro proviene del problema de la función social del poeta, que
para Anadón debería ser la de “un loser
que reivindicaba su condición de exiliado interno”, como si todo poeta no fuera
definitivamente un exiliado, como si toda la poesía no fuera una actividad
minoritaria y algo heroica.
Hay, por último, una arista geográfica del
problema: se evidencia especialmente en la polémica que Anadón establece con el
Diario de Poesía, por las
repercusiones de un artículo de su autoría aparecido Fénix, su propia revista. El razonamiento sería el siguiente: Diario de Poesía representa una
tradición poética alejada de la verdadera lírica, yo critico a los poetas de
esa tradición, y sin embargo no hay nada que quiera más que estar en el Diario
de Poesía: hay algo ahí del mismo orden que lleva a muchos supuestos militantes
del interior a querer figurar con desesperación en Buenos Aires, criticando a
los que figuran porque, básicamente, no son ellos.
La estela que ha dejado tras de sí la Poesía de
los 90 es larga. Basta leer 30.30, poesía
argentina del siglo XXI, publicada por la Editorial Municipal de Rosario,
que abarca 30 poetas menores de 30 años de todo el país, para comprender que
muchas de sus estéticas continúan abrevando, sino en la renovación que
significó aquel movimiento, en una cierta actitud de los poetas.
Batallas como las de este libro, entre lo viejo
y lo nuevo, o lo verdadero y lo falso, se han librado desde que el arte es tal,
y podrían llevarnos a considerar a la poesía fuera de su aspecto formal, de los
recursos que utiliza o de la clase de verso que ejercita. La poesía es, más que
nada, un efecto en el lector: el de conmoverlo, el de iluminar una parte del
mundo o la experiencia antes vedados, y para eso cualquier instrumento es
válido, sea o no estudiado en la universidad.
4 jun 2014
27 abr 2014
Hola, soy Idelsa, la asistenta personal del señor Luciano Lamberti. Mido 2 metros, peso 147 kilos, mis abuelos vinieron de Alemania. De ahora en más yo voy a hacerme cargo de sus redes, y de su vida toda. El señor Lamberti no tiene tiempo para nada porque está escribiendo todo el día, así que no lo molesten. Saludos.
5 mar 2014
Queridos amigos de la internet: les recuerdo que el próximo martes 11 a las 18 hs en el hermoso Museo de la Mujer largamos el taller de escritura creativa temporada 2014. Es un taller inicial para escribir a partir de consignas y conocer escritores nuevos o raros, o repasar los clásicos de siempre. No se lo pierdan, sé de que les hablo, de mi taller salieron escritores, buenos lectores e incluso parejas que se mantienen hasta la actualidad, con hijos y todo. Los interesados pueden escribirme inbox o a lucianojlamberti@gmail.com Besos y lluvia de estrellas para todos y todas.
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